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  • María Ruth Mosquera @sherowiya

Y ganó ‘El Negro Alejo’


Cuando Alejandro Durán llegó a Valledupar, en abril de 1968, con su ‘pedazo’ de acordeón, como él lo llamaba, en el hombro, para concursar en el primer festival vallenato, nadie daba un peso por él porque todas las apuestas favorecían a Emiliano Zuleta Baquero, el acordeonero de moda, el famoso en las parrandas del valle del cacique Upar… y ‘Mile’ hubiese ganado de no haber sido por la monumental borrachera que se pegó la noche previa a la competencia final.


Por la mente de ‘El Negro’, como era conocido el acordeonero sabanero, ni siquiera pasaba la idea de venir a estas tierras a participar en un concurso de acordeones; es más, ni siquiera sabía que se iba a hacer un festival y llegó de casualidad porque Roberto ‘El Turco’ Pavajeau, amigo y admirador de su estilo, testigo de todos los fundigues que se armaban en la Plaza Mayor, lo inscribió en el naciente concurso, no tanto por la competencia misma sino porque serían tres días de parranda en el patio de su casa, amenizadas por ‘El Negro’, cuya nota musical tenía algo diferente, como lastimero, que se metía en la piel de quienes la escuchaban y siempre pedían más.


El festival había sido idead y organizado en un tiempo record por Consuelo Araújo Noguera, respaldada por gente muy influyente en esta región, como el ex presidente Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona.


Una tarima artesanal, construida en un costado de la Plaza Mayor, diagonal a la casa de Carmen Montero, fue el escenario del espectáculo público porque el ‘centro de operaciones’ lo tenían en la casa de los Molina, allá tenían también una botella de whisky de la que bebían los jurados y el presentador, que se escurrían de la tarima y reaparecían un minuto después más animados que antes.


De esa botella bebieron Gustavo Gutiérrez Cabello, Rafael Escalona, Tobías Enrique Pumarejo y Jaime Gutiérrez de Piñeres, jurados, y también Adolfo Acuña Porras, un locutor de Radio Guatapurí, llamado presentar el concurso.


Había tanta seguridad en que el festival se lo ganaría Emiliano Zuleta, que varios amigos, entre ellos Andrés Becerra, Poncho Cotes y Beltrán Orozco se lo llevaron a celebrar justo la noche previa a la final, de modo que Acuña Porras hizo los tres llamados reglamentarios y Emiliano no los escuchó porque a esa hora estaba en alguna cama durmiendo la resaca; una hora después cuando se apareció en la tarima ya era demasiado tarde, estaba descalificado.


Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’, el otro contendor ‘de peso’, también ‘se los pegó’ la noche anterior y llegó a la tarima amanecido con una resaca que le engarrotó los dedos y no lo dejó tocar bien.


Así se le despejó el camino a Alejandro Durán. El segundo lugar lo obtuvo Ovidio Granados y el tercero Luis Enrique Martínez.


Al día siguiente los medios de comunicación, no solo regionales sino nacionales, se encargaron de contarle al país que un negro que había tocado el acordeón como los dioses y se había coronado rey del primer festival vallenato en Valledupar; contaron que Alejo había interpretado algo que hablaba de un pedazo de acordeón y de una mujer llamada Alicia, que vivía en Flores de María, a la que adoraba, pero que lo había dejado solo.


“Ese primer festival fue emocionante, lo recuerdo mucho porque fui jurado en la final; añoro mucho los primeros festivales porque eran fiestas de pueblo, más espontáneos, los disfrutaba uno como más, los tiempos cambian, pero afortunadamente el festival ha sido bien dirigido y hoy en día es una expresión de gran fuerza musical y la organización cada día crece más; ahora con el Parque de la Leyenda el compromiso crece aún más, aunque yo añoro mucho los festivales de la plaza Alfonso López, pero uno no puede vivir de nostalgias. Ya era hora de sacarlo de la plaza”., expresa Gustavo Gutiérrez Cabello.


¿Juglar? ¡Claro!... y enamorador también


El Paso, ese apacible pueblo del Cesar, situado entre los ríos Cesar y Ariguaní, que antaño servía de habitación a vaqueros, agricultores, ganaderos y tocadores de tambor, fue el lugar escogido por Dios para que naciera Alejandro Durán Díaz, el nueve de febrero de 1919.


Fue un niño travieso, pero trabajador que cumplía con sus labores –infantiles- en la finca Las Cabezas; claro está que cuando llegó su juventud se descubrió admirado por las muchachas, por su altura y porte; además porque tenía facilidades para cantar versos hechos por él mismo, muchos de los cuales fueron utilizados por los vaqueros en sus faenas de arriado de ganado, que él abandonó por completo para dedicarse a la música.


Cuando cumplió los 26 años buscó un viejo acordeón de su tío Octavio y comenzó a experimentar con él; algunas personas lo criticaron por la melancolía de sus notas que terminaba haciéndolas sonar monótonas, pero esa era su gracia.


Al tiempo que se hacía popular en la comarca, conquistaba muchachas a punta de canciones y su pinta de ‘ensombrerao’ que siempre conservó y que le imprimía a su imagen un toque de misterio.


Tengo un caballo que se llama el pechichón

con él recorro toditica la montaña

la inteligencia, el tierrero y el playón

cuando lo monto se entusiasman las muchachas

cuidao, con mi caballo pechichón

por qué, porque le roba el corazón


Le robó el corazón a muchas; muestra de ello son los 25 hijos que tuvo, con 18 mujeres que lo amaron con el alma y, por supuesto, con su cuerpo también.


Fue un juglar en todo el sentido de la palabra, componía, cantaba, tocaba el acordeón y gustaba, con su auténtica forma de tocar los bajos y su inconfundible animación ‘Apa, sabroso’ que nadie nunca pudo imitar, aunque muchos lo intentaron.


Luego de ese primer festival ganado, Alejo concursó de nuevo en el certamen, en el año 1987; no obtuvo el título oficial de Rey de Reyes, otorgado a Colacho Mendoza, pero el pueblo lo proclamó como su favorito.


Marco musical


La connotación negriode que tuvo no solo El Paso, sino otros pueblos de la sabana marcaron el destino musical de las generaciones nacidas en esa zona del país.


Investigaciones adelantadas por el historiador Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa muestran a un negro tocando el tambor y una negra interpretando un baile cantado. “Esa fue la mejor fuente de influencia del vallenato negroide como le llamo yo, que es el vallenato de El paso y sus alrededores que tuvo unos representantes extraordinarios: Sebastián Guerra, Pedro Nolasco Martínez, José Antonio Serna y otras gentes de las primeras dos décadas del siglo”.


Nombres que influenciaron las notas de Durán Díaz, alumno de grandes merengueros como su tío Octavio Mendoza y como Víctor Silva, pertenecientes a una generación anterior a la suya.


Se esmeró por trabajar los bajos, al punto que tomaba cualquier canto y lo convertía en son. “Alejandro Durán que era muy sabio me decía: Tomás Darío, lo que hizo Juancho Polo no era son: eran unos cantos bonitos, que yo los cogía y los volvía son, a golpe de bajo; porque eran tan bonitos que uno tenía que tocarlos”, recuerda Gutiérrez Hinojosa.


En cuanto al contenido de sus cantos, fue un poeta que a menudo acudía a figuras literarias para embellecer su prosa; fue un cronista provinciano, un comunicador de mundo que sentía como cualquier mortal y cantaba vivencias con las que el colectivo de identificaba, al fin y al cabo ¿quien no ha vivido una traga no correspondida o un despecho de esos que se incrustan en el corazón y lo hacen sangrar?


Su adiós


Se fue Alejo. El 15 de noviembre de 1989, cuando se encontraba en la ciudad de Montería, Córdoba, su corazón dejó de latir, debilitado por una diabetes que lo traía azotado desde hacía varios años y un preinfarto sufrido días antes a su muerte.


Fue una partida que enrareció la sabana, las gentes lo extrañaban y hasta creían escuchar sus cantos en las noches de insomnio. Otros hasta le atribuyen propiedades divinas y le ruegan como a un dios que les concede deseos; sigue presente en medio de su ausencia, al punto que algunos de sus amigos del alma, continúan celebrándole el cumpleaños el nueve de febrero, con parrandas en las que beben en honor de él.


Algunas personas cuentan que tenía algo de adivino y hasta que predijo su muerte varios meses antes que esta ocurriera porque escuchaba las campanitas del más allá, retumbándole muy dentro de sí… y se fue, dejando una extensa e invaluable obra musical que traduce la grandeza de un hombre que sigue siendo la manifestación de un folclor y de un pueblo que vibra con el sonido de un acordeón.


Datos:


‘Pedazo de Acordeón’, ‘Alicia Adorada, ‘039’, ‘La Perra, Fidelina’, y muchas otras son obras suyas que seguirán retumbando muy adentro en el corazón del vallenato.


Una vez se emborrachó y se metió en problemas con un grandulón que le pegó una ‘muenda’ que lo hizo dejar el ron para siempre… Nunca volvió a beber.


Sus seguidores afirman que algo de brujería había en Alejandro Durán y que su éxito con el acordeón radicaba en que mensualmente sahumaba su acordeón para que sonara bonito. Verdad o no… pero realmente su acordeón tenía algo diferente… especial.

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