Cinco décadas de encuentros para honrar la inspiración de los cantores
Difícil resulta imaginarse los aconteceres del Valle sin un trovador que los relate en sus cantos, imposible suponerlos a ellos mudos ante sus cuitas, sus alegrías y sus amores, o pensar las notas de un acordeón solitarias, sin el complemento perfecto nacido de la inspiración de nuestros poetas, que desde ‘antes’ hasta ‘después’ han estado y estarán inundando las montañas y las ciudades con sus cantos.
Cuando nació el Festival Vallenato, al final de la década de los 60, las costumbres musicales de Valledupar tenían como epicentro la Plaza Mayor, alrededor de la cual estaban situadas casonas majestuosas con patios inmensos teatros de memorables parrandas vallenatas.
Aunque en ese primer evento no se hizo el concurso de canciones –solo compitieron los acordeoneros- era común que las canciones vallenatas estuvieran inéditas (sin grabar) sin embargo las gentes se las sabían de tanto escucharlas debajo de los palos de mango en los patios de parranda, en los que los compositores las entonaban al calor de unos tragos y después éstas se paseaban de boca en boca hasta hacerse populares.
¿Cómo imaginarse entonces el Festival sin un concurso en el que se le rindiera homenaje a la inspiración de los poetas y a sus musas, eje de cualquier interpretación?
El segundo año del evento, cuando éste aún se hacía en una tarima improvisada en una esquina de la Plaza Mayor, se institucionalizó el concurso en el que se les abrió un espacio amplio a los compositores para que pusieran a competir sus obras y fueran premiados por ellas.
Ese primer concurso estuvo cargado de emociones, según lo recuerdan sus protagonistas. No muy lejos de la tarima en la que competían los acordeoneros, se reunieron los compositores – no tantos como ahora- y entonaron sus canciones, debajo de la sobra del histórico palo ‘e mango de la plaza; el jurado escuchaba atentamente las canciones, aunque las conocía de antemano casi a todas todas porque las había disfrutado al sabor de algún sancocho.
Mucho más allá de una competencia, ese festival es recordado como una gran reunión musical con un lugar de almacenamiento del licor estaba en la casa de Roberto ‘El Turco’ Pavajeau, cerca de la tarima, pero a salvo de la vista del público porque por encima de la camaradería que pudiera existir, había que respetar las normas estéticas del concurso, al que ya venían gentes de otras regiones.
Hubo entre las canciones que participaron en esa oportunidad, una muy especial que sintetizaba la despedida de recuerdos, de un Valle de antaño, de los sones de Don Toba, de los versos de amores de Jaime Molina, de ‘Rafa’ Escalona y de muchos otros elementos ausentes por cuenta de pleitos y querellas que habían llegado a habitar el Viejo Valledupar, donde comenzaba a desentonar incluso el folclor con toda su esencia pastoril.
Y Gustavo Gutiérrez ganó ese primer concurso con su tema ‘Rumores de viejas voces’.
De ‘Rumores de viejas voces’ a ‘Vallenato joven’
Muchos aspectos han cambiado desde aquel 1968 hasta este 2017, muchos otros permanecen inamovibles; aspectos que van mucho más allá de lo geográfico; el contenido de muchas canciones han venido sufriendo una transformación estructural, en detrimento de la esencia del folclor y que no se identifican con su esencia poética, testimonial, rural, espontánea, integradora, pero otras siguen rindiendo honores a la tradición, a la historia, al territorio, al amor, al modo de vivir; siguen salvaguardando el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
No obstante el tiempo y las distancias conceptuales y circunstanciales, al escuchar la primera y la más reciente canción ganadora, éstas tienen en común la tradición y la añoranza por un pasado que se ha ido, con perspectivas distantes, pero concordantes, pues mientras la una expresa la nostalgia de las costumbres que se fueron, la otra expresa identidad, arraigo por la tradición y la fuerza que esto le imprime al presente.
“Porque mi tierra ya no es lo que fue
emporio de dulce canción,
remanso de dicha y de paz
y amenizado en acordeón”.
“Y siento muchas ganas de vivir
Y entono la canción de un día feliz
Oyendo la música del ayer
he podido conocer
lo que hubo antes de mí”.
A lo largo de éstas casi cinco décadas, 55 canciones inéditas han sido declaradas reinas, teniendo en cuenta que en tres versiones se elegía una canción ganadora por cada aire; 42 compositores han ganado el galardón de reyes; uno de ellos (Santander Durán) fue rey cuatro veces y tres más (Gustavo Gutiérrez, Emiliano Zuleta Díaz y José Francisco Mejía) lo fueron dos veces. Han ganado cuatro mujeres (Hortensia Lanao, Antonia ‘Toña’ Daza, Martha Guerra y Margarita Rosa Doria Carrascal) y en dos oportunidades (1975 y 1981) el primer lugar de esta categoría fue declarado desierto, aunque en el año 2000, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, mediante una resolución decretó que en uno de esos años (1981) no se trató de un ‘desierto’ sino de una desacertada decisión del jurado de entonces y resolvió declarar como ganador el paseo ‘Nació mi poesía’ de Fernando Dangond Castro, quien al momento del concurso era hijo del gobernador Jorge Dangond, lo cual influyó en la decisión del jurado.
La estructura poética de las canciones se ha transformado tanto como las realidades que cuentan y los escenarios en los que son creadas por los autores que ya poco construyen esas letras bucólicas inspiradas en el frescor de las montañas provincianas o las auténticas casitas de bahareque, ratificando con esto la verdad ya demostrada: que el entorno ejerce una influencia dominante en las obras de un compositor porque –como dice uno de ellos- “no es lo mismo hacer un canto montado en un burro o un caballo que hacerlo en un barco o un avión”. Los compositores dejaron de ser vaqueros y se convirtieron en profesionales, con experiencias que han traspasado los linderos del viejo Valledupar, del Cesar y de Colombia; ahora son compositores con ‘mundo’ y con celulares inteligentes.
También han cambiado los escenarios en los que compiten estas obras y ya están lejos del palo de mango de la plaza que sirvió cono teatro del primer concurso, o de la Casa de la Cultura que también fue testigo de la inspiración de los poetas, ahora acogidos cada año por el Coliseo de ferias ganaderas, donde se desarrollan las rondas eliminatorias. Los escenarios hoy traspasaron los espacios presenciales y se instalaron en el universo cibernético.
-“Papi, un señor en la puerta dice que viene de tu oficina porque te necesita urgente, que te marcó al celular y está apagado”
-“Hija, dile que por favor me deje la razón contigo que estoy muy ocupado”,
-(un minuto después) Mira papi, te mandó estos papeles que si se los puedes firmar porque necesita enviarlos a Bogotá antes de las cuatro”.
-(Sin leer, firma a toda prisa) llévaselos y por favor que no me interrumpan más; tengo que terminar la canción del Festival porque el martes cierran las inscripciones”.
Esta escena –real- vivida en un lugar de la provincia, da cuenta de las transformaciones no solo de la estructura de las obras, sino de la intensión misma que las motiva y que termina convirtiéndolas en canciones de competencia y nada más, hechas para mostrar, para ser calificadas y por supuesto para ganar un premio con ellas.
Efectivamente, la canción fue terminada aquella tarde y dos días después reposaba en un disco compacto, con arreglos musicales hechos en un estudio de grabación y fue inscrita en el festival.
Las nuevas generaciones de concursantes han recibido duras críticas por el ‘acoso’ al cual someten a su mente y a su corazón para que produzcan una obra poética en momentos en que no fluye la inspiración y que al final terminan haciendo letras con un inventario de figuras comunes como los Juglares, Santo Ecce Homo, el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, la esencia tradicional en riesgo, la Plaza Alfonso López, los creadores del Festival, los protagonistas que se han ido, Consuelo Araújo, el Festival mismo…
Son situaciones que hacen añorar las inéditas de antes, sus letras que iban mucho más allá de los afanes competitivos y se centraban en otros contextos como la desventura de un indio, en un lamento Arhauco, una profecía ambiental, un Río Badillo que fue testigo de un amor; frases espontáneas que simplemente brotaban del autor como aguas de un manantial, de esos que también se secaron como alguna vez lo profetizó Julio Oñate.
Se ha dicho de todo
Haciendo el recorrido a lo largo de estas casi cinco décadas de canciones se encuentran situaciones tristes, alegres, curiosas, románticas; en fin, de todo tipo, cada una muy propia de su creador porque ¿a quién más si no a Emilianito Zuleta se le pudo ocurrir publicitar los amores que tiene con su acordeón desde cuando vino a este mundo?
Muchos se han podido imaginar las aguas del río Badillo entonando una bella canción, siendo testigo de una noche de encantos de Octavio Daza con su amada, y solidarizarse con Marciano Martínez cuando, con el alma en la mano, le ‘pidió cacao’ a su vecino Valledupar para que intercediera por él y pudiera recibir de vuelta a “la hembra más noble que hay en mi Guajira, para mí prohibida por ser lo que soy; compositor de esta música linda”…
En las tarimas del festival fue contada la historia de un indio desventurado, se escuchó una puya en homenaje a las almojabaneras de La Paz, la propuesta que un hijo le hizo a un padre de cambiarle dos ojos por un alma; se le cantó a los estratos de Valledupar; del Tolima viajó un soncito a concursar y también llegó un hombre nacido en el corazón del Chocó pregonando que “si yo siento el vallenato, si respiro vallenato, si transpiro vallenato, entonces yo también soy vallenato”. Muchas historias se han cantado y están ahí, indelebles en los anaqueles de este certamen, a cuyas tarimas continuarán llegando cada año los compositores que –con prisa o sin ella- hayan creado paseos, sones, merengues y puyas y las muestren en el encuentro programado para honrar la inspiración de los cantores, como ellos.