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Aldayr Ortega

‘La suerte del alfarero’ de Mompox


‘La suerte del alfarero’ es el primero de treinta microdocumentales que conforman la serie audiovisual Memoria Viva y que comenzarán a emitirse hoy por Señal Colombia.


Heberto Ramírez parece un gigante. Camina encorvado, tiene brazos largos y sus movimientos son lentos pero ágiles. Le queda poco cabello, tiene entradas pronunciadas y un bigote espeso partido a la mitad. Su mirada no se fija en ningún punto, como si tuviera la necesidad de abarcarlo todo con los ojos: el futuro, el presente y especialmente el pasado, que es quizá el tiempo en donde más le gusta vivir, cuando su padrastro, Ismael Toro Nodal, le enseñó el antiguo arte de la alfarería.


La casa no podría ser de otra manera, está construida en tierra y fue edificada por su padrastro, un viejo alfarero que nació y murió en Mompox, Bolívar, y se hizo célebre, como muchos otros artesanos de la región, por la habilidad que tenían de convertir el barro en formas, como lo hizo Dios en el Génesis.


Heberto aprendió mirando. Cuando era niño se pasaba las horas viendo cómo desde la tierra y de las manos de su padrastro, que en realidad fue su padre, nacían leones, elefantes, flores, palmeras, vasijas, hombres, mujeres, jarrones. Para Heberto era un espectáculo ver cómo los mundos que Ismael tenía en la cabeza, tomaban forma desde el barro.


En la parte trasera de la casa hay un patio inmenso, una selva tropical. Quizá sea lo único, que esa vivienda, construida hace más de cien años, tiene de las casas típicas momposinas que describe García Márquez en el General y su laberinto “con huerto luminoso de árboles frutales de corredores con arcadas, de aposentos contiguos a la sala grande preservados por las gruesas paredes de calicanto que los mantenían en una penumbra otoñal”. Pero más allá de eso, la casa de Heberto tiene otros tesoros que han sobrevivido al paso del tiempo, como suele ocurrir en Mompox, un lugar que conserva el aire de la época de La Colonia y que parece negarse al transcurrir de las horas, de las décadas, como los moldes de figuras que eran de su abuelo, Ismael Toro Villadiego. El alfarero mira al patio, en donde tiene dos hornos de ladrillo que sirven para cocinar las piezas de barro que realiza. Sonríe porque sabe que vuelven los recuerdos de la niñez, cuando veía a Ismael trabajar.


- Yo tenía 13 años cuando aprendí. Me sentaba en la punta del palo ese a mirar, luego me ponía trabajar-, dice Heberto, y señala un árbol grande que está al costado del patio.


El hijo de Ismael sale un momento de sus cavilaciones y decide que va a realizar una muestra de su trabajo. En Mompox la alfarería fue uno de las labores más apreciadas y mejor pagadas en la colonia. Traída por los españoles y aprendida por los habitantes de Santa Cruz de Mompox, con una facilidad extraordinaria. Una de las piezas tradicionales de la alfarería de la región eran las columnas, un tipo de jarrón gigante, de un metro de alto, que se adornaba con figuras y colores. Este oficio, además de otras actividades económicas como el contrabando, hizo que la ciudad, que fue uno de los puertos más importantes sobre el río Magdalena hasta finales del siglo XIX, cuando empezó la navegación a vapor en Colombia, se hiciera famoso. Por Mompox pasó todo lo bueno y lo malo de La Colonia.


-Hoy en día ya nadie trabaja esto- dice Heberto, con ese tono de voz que tienen los costeños del Caribe colombiano, como si estuvieran cantando todo el tiempo, que ineluctablemente recuerdan las entrañables melodías de los juglares vallenatos que entonaban el grito vagabundo a orillas del Magdalena.

Heberto se dirige a uno de los cuartos que construyó con los ladrillos que fundió él mismo, que hacen parte del lado moderno de su casa. Allí guarda una moto que ya no funciona.


- La compré para ver si conseguía mujer-, dice, y sonríe.

Vuelve al lugar en donde tiene instalado su taller, ubicado entre la parte delantera y el patio. Trae en las manos una bolsa de plástico, en donde conserva el barro. Allí se encuentra el antiquísimo torno en el que su abuelo le enseñó al padre de Heberto y en el que ahora él trabaja.

-Está hecho en Tolú, una madera muy buena que se conseguía por acá y que ya casi no se ve-, dice Heberto,- este torno lo compró mi abuelo en 1901, cuando tenía 16 años.


El alfarero pone sobre la mesa la bolsa y saca un puñado de barro, que deposita sobre la parte redonda del torno. Lo amasa con fuerza, se acomoda y con los pies empieza a mover la circunferencia más ancha que está en la parte inferior y que según Heberto tiene el ancho del Tolú. Unos dos metros de diámetro. Las manos de Heberto son grandes, de dedos alargados y anchos, aunque parecen rústicas, son suaves y cuando está trabajando, se confunden con la tierra y van tomando el color gris o café del barro mojado, se mezclan con la figura que está naciendo del barro, como dice el Génesis que nació Adán en el principio del tiempo. El barro va dejando de ser una masa sin forma y se va convirtiendo en un jarrón. Heberto no deja de mirarlo fijamente como si en ese instante no existiera nada más en el mundo, sino ese puñado de barro y sus manos que le están dando forma.

No pasa mucho tiempo para que esa masa informe de barro sea un jarrón. Pero el proceso para que la pieza esté lista, es largo. Después de moldearla, Heberto debe ponerla a secar un par de días, luego ponerla en el horno toda una noche y después empezar a darle color. Los alfareros tiene el don de convertir, además del barro en objetos, las cosas en color, por ejemplo, explica Heberto, del plomo de atarraya crea el amarillo.


-La inspiración viene de adentro, uno se imagina las cosas y las va plasmado, pero si el cliente quiere un león, un sapo, un pájaro, pues con mucho gusto se lo hacemos, como dice Diomedes-, apunta Heberto, mientras se quita el barro de las manos.


​En Mompox todo está instalado en un tiempo que ya fue. El centro histórico se conserva casi igual como lo dejó el paso de La Colonia, y aún no dista mucho del aquel pueblo al que llegó Bolívar, en la historia que García Márquez escribió: “Santa Cruz de Mompox había sido en tiempos coloniales el puente del comercio entre la costa Caribe y el interior del país, y éste había sido el origen de su opulencia. Cuando empezó el ventarrón de la libertad, aquel reducto de la aristocracia criolla fue el primero en proclamarla. Habiendo sido reconquistado por España, fue liberado de nuevo por el general en persona. Eran sólo tres calles paralelas al río, anchas, rectas, polvorientas, con casas de un solo piso de grandes ventanas, en las cuales prosperaron dos condes y tres marqueses. El prestigio de su orfebrería fina sobrevivió a los cambios de La República”.


Lo único que ha cambiado, es el oficio de los bogas, los negros libres, que transportaban a la gente por el río y cuando les daba la gana dejar de remar y a orillarse para descansar un poco lo hacían sin reparos, que ya desapareció y se transformó en las empresas de transporte pequeñas, de motor que prestan el servicio de navegación por el río y la tradición de la alfarería.


Heberto Ramírez es el último de su estirpe, el único que en Mompox tiene el conocimiento y la técnica de los antiguos alfareros que sobrevivió a los cambios de La República. No tuvo hijos y esa tradición parece terminar allí. Estuvo un tiempo de maestro en la Escuela de Taller de Mompox, pero ese trabajo no duró mucho.


-Aquí no hay quien aprenda, para eso se necesita paciencia y al parecer, a la gente no le interesa esto-, asegura con vehemencia.

Heberto lleva mucho tiempo sin trabajar “en forma”, como él dice. Sus obras están a la entrada del Cementerio de Mompox, el lugar en donde se confina la vida con la eternidad, en la casa de la cultura y en la de un vecino, que conserva una de las columnas como un tesoro. También hay piezas suyas en algunas plazas de Cartagena. Ahora solo hace unos pequeños platos, que vende en el mercado de la ciudad, a un precio módico.


Heberto se baja del torno que compró su abuelo a los 16 años y en el que aprendió su papá y después él, el arte de la alfarería, que tan famoso fue en Mompox en época de La Colonia. Camina hacia la parte delantera de la casa, la que aún está construida en barro, mira la foto en blanco y negro con marco de madera, colgada en el quicio de la puerta de una de las dos habitaciones.

-Esta foto también es viejísima, tiene 80 años, ella es Ana Felicia Nodal, mi abuela.


Continúa caminando y mira al techo de la vieja construcción. – Esta viga es de olivo y está allí, desde que mi papá hizo la casa, mírela como está de buena, esto tampoco se ve-.


Al medio día los rayos del sol en Mompox son como un sable que atraviesa el cuerpo. No hay sombra que lo resguarde a uno de la fuerza, que a esa hora tiene el astro mayor en la tierra de Dios. Heberto sale de la casa y se para en la puerta. Mira hacia el horizonte, con esos ojos que parecen observar el pasado glorioso en que el arte que aprendió por tradición familiar tenía un mejor lugar en la ciudad.


-Hay que esperar a que baje el sol, para sacar el puesto de chance, con este mono así, nadie viene a jugar- dice Heberto, el último alfarero de Mompox, con una voz atravesada por la nostalgia y el calor.


Memoria Viva

Esta radiografía de este hijo de Mompox marca el inicio de una serie de treinta microdocumentales que retratan distintas expresiones culturales, sus portadores y los hacedores de oficios tradicionales y que se emitirán del 18 de julio al 11 de agosto,

Se trata de un viaje por algunas de las más importantes tradiciones, oficios, fiestas y expresiones culturales de Colombia, que lleva a los televidentes por regiones como Tierradentro, Lorica, Buenaventura, el Urabá chocoano, Cartagena, Mompox, Cundinamarca, Quindío y los Llanos Orientales.

La serie fue grabada el año pasado por el Ministerio de Cultura y está compuesta por 30 microdocumentales que no superan los 7:30 minutos de duración y cuyos contenidos contribuyen a la salvaguarda de varias tradiciones que hacen parte del Patrimonio Cultural e Inmaterial del país. La serie fue realizada por Adrián Quintero, Pablo Castillo y Alex Arteaga.

Es así como los colombianos tendrán una excusa para aprender y disfrutar del patrimonio del país.

Fuente: Ministerio de Cultura. Texto: Gustavo Bueno Rojas - Dirección de Patrimonio

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