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  • José Atuesta Mindiola

Poeta y filósofo de la canción vallenata


Leandro, con Ivo Luis Díaz, su hijo. Imagen tomada de Internet.

Leandro Díaz Duarte es único e irrepetible. Su magnífica obra musical no admite comparaciones. Leandro es Leandro. No se parece a nadie, y nadie se parece a él. Nunca se ha dejado tentar por la ligereza de plagiar versos y melodías. En el Olimpo de la música vallenata tiene el sitio de honor definido: poeta y filósofo de la canción vallenata. El cronista mayor del canto vallenato es el trono de Rafael Escalona.


En Leandro la luz que nace de su interior le permite conocer y pensar el mundo. Su condición de invidente le ha dado la serenidad de meditar en las profundidades luminosas del espíritu sin distraerse en las barreras materiales de la oscuridad. Él es, ante todo, un hombre de fe, y en varias ocasiones le hemos escuchado decir: “Recuerdo que cuando mis hermanos lloraban, yo me ponía a cantar, algo interno me decía: Leandro, la vida sin fe en Mí, no tendría sentido. Y me preguntaba, ¿Quién me habla? Y yo decía, es Dios, tiene que ser Dios. Por eso llevo la fortaleza espiritual agarrado, aferrado a Dios. ¡Si hubiese visto a Dios no fuera tan amigo mío!”


La obra del artista es en esencia creación espiritual. El espíritu es el remanso de la sensibilidad o el torbellino de la pasión. Las redes de los sentidos en armonía con los centros neurales del pensamiento entrelazan la fortaleza creativa del arte. El artista está más cerca de los linderos de la intuición que del raciocinio. La ausencia de la vista en Leandro fue compensada con la ultra receptividad de los otros sentidos, por eso su piel, es capaz de percibir los colores y las formas de las cosas. Sus oídos detectan la risa del viento y el lenguaje de las rosas. Sus labios descubren en la respiración de una mujer, el secreto de sus sueños. Sus manos beben la fragancia cristalina de los ríos. Y su olfato es espejo receptor de la urdimbre del perfume. Los ojos invisibles de su piel se comunican con los ojos del alma, y en estas series de puentes todo se vuelve versos y melodías. Leandro es el demiurgo de la canción vallenata que ha sentido: sonreír las sabanas, sollozar las hojas en el verano, abrir las puertas de la primavera y la llegada veloz del amor y la lentitud para el olvido. El nombre de Leandro ha viajado en la nave universal de sus canciones y el pasaporte sin fecha de vencimiento es la calidad de su poesía.


La nueva generación de compositores vallenatos, debe aprender del maestro Leandro: además, de su sencillez y generosidad, la medida literaria y musical de una canción, la poética del amor para resaltar las virtudes de la mujer, porque la poesía, como la sonrisa del agua, es sempiterna primavera en los jardines del alma.


Décimas a Leandro Díaz Duarte

I En la casa de Alto Pino de Hatonuevo en la Guajira, del cielo llegó la lira que iluminó su destino. Y siendo joven se vino a la tierra de San Diego: Leandro el poeta ciego de la musa vallenata, su inteligencia era innata como la de Homero el griego.

II En el mundo es conocida la riqueza de su arte, es Leandro Díaz Duarte compositor de la vida. Su mente siempre florida para agradecer a Dios por los dones que le dio de pintar el universo: con la pluma de sus versos y los cantos de su voz.

III Para mirar sus andares tiene en el alma los ojos; el cantar tiñe de rojo la senda de los pesares: Y por eso sus cantares vencen la melancolía, están llenos de poesía como el sol de la mañana que hace reír las sabanas florecientes de alegría

IV Leandro con sus canciones es un edén en madrigal, su música original la guardan los corazones. Leandro tuvo los dones de ser hombre de virtud, por dentro lleva la luz que Dios le dio para el canto; por su nobleza es un santo radiante de gratitud.

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