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Abel Medina Sierra

Las fusiones: pecado y redención en la música vallenata

Daddy Yankee, Wissin y Carlos Vives grabaron una fusión llamada 'Nota de amor'. Foto Cortesía.

Nada más rechazado y vilipendiado y a la vez gozado en la música vallenata que las fusiones. Estigmatizada por puristas y aprovecha por los músicos de varias generaciones; satanizada por gurúes vallenatólogos pero bailada y disfrutada a saciedad por los millenials. La fusión es el pecado y a la vez, redención para el vallenato. La música está tan atravesada actualmente por las fusiones que un principio de la musicología es el que dice que ocuparse de las músicas hoy es estudiar sus mezclas y a eso no escapa el vallenato.


Como fusiones se entiende la aplicación al campo de la música del concepto de hibridación cultural, tomada como sincretismo en lo religioso, y mestizaje en lo étnico. Pudiera entenderse como un nuevo producto que nace de la unión de dos expresiones sonoras. En la práctica se presentan varias modalidades de hibridación en la música vallenata. Por ejemplo, la que permite claramente identificar los dos géneros como en la canción Nuestra vida en versión de Silvestre Dangond en la que se distingue tanto el merengue vallenato como el porro. Otra modalidad es la combinación como en Amor de mi sabana o La sincelejana en interpretación de Peter Manjarrés en la que se yuxtaponen fragmentos de paseo vallenato con los de porro.


Si bien hay posturas discursivas férreas, como la de Jorge Oñate quien llegó a decir que el artista que lo invite a grabar un feat de reggaetón le da una trompada, en la práctica la fusión ha sido una recurrente práctica en el género vallenato y el mismo Oñate es muestra de ello. Canciones como Bailando así, Rosalbita, La rumbera, La estapá y una casi incontable lista de mosaicos de música corralera así lo evidencian.


Alejo Durán creó el porro cumbé y el que llamó guajiporro, a inicios de los 60s entre José ‘Cheito’ Velásquez y Rubén Darío Salcedo fusionaron el paseo y el bolero en el pasebol, más tarde Calixto Ochoa combinó paseo y jalaíto en el paseíto; a finales de los 70s el ‘Turco’ Gil creó el paturki, en los 80s se comenzó a imponer la tamborera como fusión de paseo y expresiones de baile cantao; Vives impuso en los 90s el vallenato pop (llamado tropipop también), el Binomio de Oro unió el paseo y la cumbia en el chacunchá; el mismo Binomio y Juancho Rois ofertaron el vallerengue mientras Miguel Durán y su hijos crearon lo que llaman fanderengue o música chiquilera (escúchese La camisa rayá o El trago gorriao). Últimamente la nueva ola ha fusionado el vallenato con la champeta, el reggaetón, entre otros géneros urbanos. En distintos periodos, ha habido intentos de fusionar el merengue vallenato con el pasaje llanero: lo ha hecho Beto Zabaleta (Lazos de hermandad, La mitad de mi vida).


Las fusiones, como prácticas de estética gaseosa o de postmodernidad liquida en las que todo es contingente, han tenido una vigencia no tan larga en la música vallenata, y como vemos, es un asunto de moda pues obedecen a las influencias de las músicas en boga de cada periodo. Ha habido unas con más éxito y vigencia que otras; unas, bien logradas y en las que son audibles los géneros hibridizados; otras, que más parecen un frankestein musical, más bien forzadas y también, las que más que fusiones son un potpurrí bajo la mecánica de cortar y pegar fragmentos de varios géneros.


Muchas personas que cuestionan la recurrente y hasta necesaria práctica de la fusión se les olvida que, en gran parte, el posicionamiento nacional e internacional del vallenato viene de la mano de su enorme potencial poroso. El vallenato se convirtió en la música hegemónica del país desde los 90s, y lo hizo justamente por su capacidad para negociar con otros gustos musicales, no tanto por su esencia tradicional sino por fusionarse, permearse. Su posicionamiento en los carnavales de Barranquilla tiene que ver con la tamborera y ese formato de vallenato carnavalero; en las grandes ciudades del país y sus discotecas por el vallenato pop carlosvivesco, en la zona andina del país y parte de Venezuela y México por ese formato sensiblero y de despecho de Los Chiches, Los Gigantes, Los Inquietos, Los Diablitos y otros grupos; a la sabana por el pasebol, paseíto y la apropiación que ha hecho el vallenato de la música de los Corraleros de Majagual. Es paradójico que muchos quieren que la música vallenata se tome el mundo sin mezclarse ni aclimatarse a los gustos regionales, son esas interinfluencias las que mantienen vivo y dinámico al vallenato.


Sergio George, el gran productor y arreglista de Mac Anthony dijo hace poco: “Si la salsa no se fusiona, va a desaparecer”. Para muchos, el porro decayó porque no tuvo un Carlos Vives o un Israel Romero que lo conectara con otros géneros. La cumbia, que en Colombia fue muy prolija en fusiones por las grandes orquestas mediados de siglo pasado (acuérdense del merecumbe y el chucuchuco), hoy tiene gran dinámica fuera del Colombia donde pervive en fusiones como la chicha peruana, la cumbia villera argentina y otras metacumbias, pero en Colombia se quedó relegada a fondo de danzas folclóricas pues no ha surgido nuevas fusiones.


Eso quiere decir, que el vallenato es la música más apropiada para ser fusionada en Colombia. Y es que, pese a las críticas, destacados logros musicales, ha ofrendado el vallenato en comunión con el reggaetón como el éxito Llamado de emergencia de Daddy Yankee, los feat que ha grabado Silvestre, Pipe Peláez y canciones como Más de lo normal y Perdóname de Churo Díaz. Que me beses de Kavras con Kevin Flórez o Carnaval de amor de Peter Manjarréz con Bazurto All Star son fusiones bien logradas con la champeta. Esta vida es un punto alto de encuentro con el guapango mexicano de Jorge Celedón y ni se diga de la altura musical de las fusiones del grupo La Provincia de Carlos Vives en canciones como La cartera.


Coincido con Rodolfo Quintero, analista de la música vallenata quien escribió en su artículo “¿Proteger o momificar el vallenato?” para la revista El Malpensante: “Puede que su relación de amor con el reggaetón y otros ritmos, que asusta a los folcloristas más tradicionales, sea lo que mantenga vivo al vallenato y evite que se ahogue en el formol de su gloria pasada”. Sí señores, en gran medida, es esa porosidad, esa capacidad de negociar blanqueamientos y aclimataciones, dialogar con otras músicas, donde reside la razón de éxito y posicionamiento del vallenato, sino fuera así, no habría conquistado a Colombia y otros países. El vallenato es la mejor música colombiana para fusionar, ese “pecado” es su oportunidad de redención.


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