Patillal despide a Juancho Daza, profesor inmortalizado en un canto de Freddy Molina
- Redacción Nicho Cultural
- 4 feb 2019
- 3 Min. de lectura

Hay vidas que están ligadas a las tradiciones de los pueblos, bien sea por desarrollar acciones u obras emblemáticas, por protagonizar acontecimientos trascendentales para la consolidación de la cultura, por estar presentes en la cotidianidad o por ejercer influencia en la formación de las comunidades. Y todas estas razones encajan en la vida de Juan José Daza Maestre o Juancho Daza como lo sintetizó la fuerza del cariño de los patillaleros que hoy le darán el último adiós.
La historia de este representativo personaje, oriundo de Villanueva y criado en San Juan del Cesar – La Guajira- se conecta con la formación educativa de gran parte de la población de Patillal, al norte de Valledupar, a donde arribó en sus años juveniles, se enamoró, se radicó y se desarrolló como ganadero, compositor, guitarrista, profesor y gallero.
Muchos adultos hoy recuerdan su rigurosidad al momento de enseñar y agradecen que participara de forma tan sólida en la fundamentación de sus principios. Uno de sus cientos de alumnos fue el compositor Freddy Molina Daza, quien lo inmortalizó en su obra cumbre Tiempos de la Cometa, cuando en medio de la narración poética, nostálgica y costumbrista expresó “Mariposa en la Malena, sus casimbas son recuerdos y el profesor que me pega por llegar tarde al colegio”, siendo Juancho Daza dicho profesor. También Octavio Daza, compositor y sobrino, aprendió con él el arte de tocar guitarra.
El deceso de Daza Maestre, de 94 años, se produjo a las diez de la noche de este sábado en una clínica de Valledupar, donde permaneció hospitalizado producto de una afección renal, que finalmente no logró superar. Su velación se cumple en Patillal, en casa de Alba Martínez, su compañera sentimental, y el sepelio será a las nueve de la mañana, después de los actos religiosos en la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes.
Juancho Daza fue padre de siete hijos, de los cuales viven seis. Cira Amalia, hija con la que vivía, lo recuerda como un hombre de buen humor que no se dejaba alterar por ninguna dificultad de la vida. “Si la felicidad matara, mi papá se hubiera muerto hace rato”, dice, explicando su modo de ser tranquilo. En su celular carga un video grabado hace cuatro años, en el que aparece su padre tocando guitarra y cantando un vals de amor; pues la pasión de la música lo acompañó siempre, de la misma manera que su entusiasmo por los gallos.
Además de sus hijos de sangre y de los muchos que formó para la vida, dejó hijos de crianza a los que dio el cariño y la guía de un padre, con el carácter fuerte que lo caracterizó. “Él fue muy correcto. Su carácter. Su temple para enseñar. Me hacía arrodillar a estudiar la cartilla Nacho Lee. Son cosas que hoy en día se agradecen porque él se preocupaba mucho porque yo aprendiera a leer”, recuerda Lina Valdiry, una de esas hijas de crianza, sobrina de Alba Martínez (compañera sentimental del profesor). A todo le sacaba su parte divertida; a la gente le gustaba visitarlo para deleitarse con sus apuntes”. Igual que Lina, su hermano Fabián Ochoa creció bajo el abrigo de este profesor, de quien dice recordará como “buen amigo, un buen profesor, una gran persona”.
Familiares y amigos de diversos lugares del Caribe colombiano han llegado a Patillal para acompañar a su última morada a este hombre, que se va dejando un legado educativo, de amistad y su palabra de gallero en la historia de Patillal.
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