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Iris Curvelo y la metamorfosis de una mariposa wayĂșu

  • Foto del escritor: Aldayr Ortega
    Aldayr Ortega
  • 31 jul 2019
  • 11 Min. de lectura

Iris Curvelo Uriana. Foto CortesĂ­a.

“¿Yo quĂ© estoy haciendo?”, fue la pregunta que se hizo Iris Curvelo Uriana cuando experimentĂł el vĂ©rtigo del vacĂ­o al que se precipitaba su vida en caĂ­da libre. “Me voy a envejecer y ÂżquĂ© voy a hacer? Soy feliz con mi familia, con mis hijos, pero tengo que hacer algo por mí”. Su existencia habĂ­a llegado a un punto de quiebre; habĂ­a visto la agonĂ­a de sus sueños y sus procesos creativos; habĂ­a sido protagonista y testigo de la transformaciĂłn de una niña alegre y soñadora en una adulta triste y resignada, y se encontraba ahĂ­, cara a cara con el denso muro de una realidad que le impedĂ­a dar un paso mĂĄs.


“Llego un momento en que yo me sentĂ­a tan vacĂ­a”. Las reminiscencias le muestran episodios con una pareja machista “que no me dejaba ser”, ni hacer, que la cohibĂ­a, diciendo cosas como “tĂș naciste para barrer, trapear, cocinar; yo te doy todo, no te hace falta nada” y otras expresiones de maltrato psicolĂłgico que han sido naturalizadas por el machismo drenador del espĂ­ritu y la vitalidad femeninas. Ella era como una oruga en su fase final, cuando ya no puede alimentarse y queda inmĂłvil, vulnerable y atrapada dentro de la crisĂĄlida. Entonces acudiĂł a Dios y le suplicĂł que la sacara de ahĂ­.


La respuesta divina llegĂł en forma de sueños, algo que fluye natural en la cultura wayĂșu, de la que estaba desconectada: Se vio en una calle inmensa de New York, usando manta y maquillaje propios de su tradiciĂłn, frete a un rĂ­o de gente que venĂ­a hacia ella y la untaba de buena vibra; se vio en Londres catando en un escenario a reventar y asĂ­, en las noches, mientras estaba dormida, siguiĂł viajando por el mundo, atravesando el ocĂ©ano en forma de sirena, volando como un espĂ­ritu, cantando, conociendo nuevas personas, siendo una autĂ©ntica representante de la NaciĂłn WayĂșu.


Y cada mañana, al despertar, la asaltaba el desconcierto ansioso de saber quĂ© significada todo eso, si ella llevaba mĂĄs de doce años sin usar una manta ni pintarse la cara, si el canto habĂ­a sido una ilusiĂłn infantil, si ahora ella era una mujer de hogar... “LlamĂ© a mi mamĂĄ y ella me dijo: es porque te estĂĄn llamando, porque tĂș eres de aquĂ­, es el grito de la cultura; cĂłmprate una manta roja y te la pones cada vez que sueñes”. Y cada sueño, cada vez que vestĂ­a la manta roja, recibĂ­a una recarga de brĂ­o interior, una inyecciĂłn de su naturaleza ancestral, la fuerza vital para romper la crisĂĄlida y mutar en la radiante mariposa que hoy vuela libre por los escenarios que antes conociĂł en sueños.


“TomĂ© el valor de venirme sin nada, con mi hija, con una mano adelante y otra atrĂĄs, sin ser profesional, sin importarme nada”. Fue asĂ­ como regresĂł a Uribia, su hogar desde tiempos inmemoriales, donde recibiĂł amor y abrigo.


De la Casta Uriana, Iris naciĂł en Riohacha y creciĂł en Fonseca. Desde que tiene memoria ha experimentado una seductora atracciĂłn hacia la mĂșsica; le gustaba cantar y esperaba ansiosa que llegara el mes de agosto porque, como una ‘diosidencia’, cada 28 del mes rendĂ­an honores al patrono del pueblo, San AgustĂ­n “conmemorando el festĂ­n de esta tierra de cantores, en donde los acordeones saben llorar y reĂ­r”, como lo describiĂł el poeta fonsequero Carlos Huertas, en la canciĂłn que es himno del festival del Retorno, o fiesta de San AgustĂ­n.


“AhĂ­ es donde empieza a desarrollarse mi oĂ­do musical y la afinidad por el vallenato porque crecĂ­ escuchando las notas de un acordeĂłn”. Y como coincidĂ­an cumpleaños y festival, ella se iba para la plaza y se embelesaba con los acordeones; “me ponĂ­a en la tarima a escuchar e imaginar cĂłmo serĂ­a yo haciendo eso, cerraba los ojos y me imaginaba cantando. Toda la vida soñé con cantar vallenatos”. No era tan acontecimiento exĂłtico que a Iris le gustara la mĂșsica, pues le venĂ­a en la sangre por los lados de su abuela paterna, de los Acosta; por ejemplo su tĂ­o RaĂșl Acosta fue “el mejor tocador de Turrompa (instrumento wayĂșu). “Él se ganaba todos los concursos hasta que ya no podĂ­a participar mĂĄs; mi abuela y mi tĂ­a cantaban”.


Todo esto, sumado a que era una niña soñadora y al entorno musical en el que vivĂ­a, la empujaban a exteriorizar su arte. “No me importaba que me pegaran las palizas, yo me escapaba; me pegaban porque yo era rebelde, me escape varias veces de mi casa; solamente porque querĂ­a estar ahĂ­ en la tarima y esperaba ansiosamente el dĂ­a de mi cumpleaños porque era el dĂ­a de San AgustĂ­n”.


La evocaciĂłn de estos tiempos le imprime un brillo especial a los ojos negros de Iris y la estimula a entonar los cantos de aquel entonces. Se detiene en la primera estrofa y cuenta sobre la tarde aquella en que debiĂł dejar la canciĂłn en la mitad del primer verso porque apareciĂł su padre. “Esas canciones me marcaron para toda la vida. Pertenecemos a una familia tradicional, un papĂĄ muy conservador, controlador y celoso que no nos dejaba salir ni a la esquina, pero nosotras nos fuimos criando y creciendo con esas pautas”. Los hermanos eran cuatro mujeres y tres hombres; ellos tenĂ­an libertad de ir y venir, pero las mujeres no. “nosotras fuimos criadas para hacer lo mismo que mi mamĂĄ hizo con mi papa”. Se refiere a atender al hombre, “si sabe cocinar entonces sĂ­ es una buena mujer, las mujeres tienen que ser asĂ­, una mujer no tiene por quĂ© estar en la calle”.


Pese a la caracterĂ­stica machista de la cultura, su padre les inculcaba carĂĄcter, autoestima y orgullo por sus raĂ­ces. “En Fonseca sufrimos mucha discriminaciĂłn por ser wayĂșu. Nosotras somos blancas; allĂĄ no usĂĄbamos el atuendo tradicional sino como un alijuna (persona no indĂ­gena) y la gente no nos identificaba. Cuando mamĂĄ llegaba a buscar los boletines, los niños me burlaban, me decĂ­an tu mamĂĄ es india, es wayĂșu, es fea, es piojosa”, pero todo este matoneo sucumbĂ­a ante la fuerza de los valores inculcados por su padre.


A ese bullying se enfrentaron despuĂ©s cuando la familia se mudĂł a Uribia y las señalaban por ser blancas, por no hablar perfecto el wayuunaiki, aunque eso poco les importo; estaban demasiado felices para reparar en esos prejuicios sociales. “Cuando llegamos aquĂ­ a Uribia: sentĂ­ como si aquĂ­ estuviera el tornillo y yo fuera la rosca; le dije a mi papĂĄ, nosotros vamos a vivir en el Disneylandia de los wayĂșu, o sea Uribia. Somos wayĂșu y somos felices porque nos sentimos orgullosos de ser de aquí”.


Y es que aunque Iris fue criada en otro entorno, sĂ­ se abrevĂł de todas las tradiciones wayĂșu, como el ‘Encierro’ al que es sometida toda mujer cuando tiene su menarquia, que marca la transiciĂłn de jimot a majayut (de niña a mujer), y durante el cual Ă©stas reciben de sus madres y abuelas la preparaciĂłn para la vida, bajo una connotaciĂłn altamente espiritual. La duraciĂłn de este encierro varĂ­a, pueden ser semanas, meses o años en los que la niña permanece encerrada, aprendiendo el arte de tejer, bailar la Yonna y todos los asuntos bĂĄsicos culturales; de ahĂ­ sale lista para la vida. Aunque en el caso de Iris, la vida la enfrentĂł a otro encierro.


Y la mĂșsica ahĂ­


La mĂșsica ha sido siempre una sombra recurrente en el entorno de esta joven wayĂșu, asĂ­ que a Uribia llegĂł persiguiĂ©ndola, al colegio Alfonso LĂłpez Pumarejo, donde su profesora la alentaba para que cantara y se enfrentaba a su padre para que le permitiera hacerlo. Ella cantaba en las terrazas con un amigo, tarareaba mientras caminaba por la calle y hasta habĂ­a montado una emisora en el colegio, cuando llegĂł aquel dĂ­a del concurso. “Mi papa dijo: voy para la rancherĂ­a y no quiero saber que saliste. ImagĂ­nate, yo tenĂ­a 16 años y era un mandato de mi papá”, pero llegaron las amigas confidentes y la convencieron de llegar hasta la esquina de la plaza solo a ver el concurso.


Estando allá la animaron a participar, pero a mitad del primer verso vio pasar a su padre, por lo que dejó la canción así y bajó de la tarima. Ganó el segundo puesto y a su casa le llevaron el premio. “Me pegaron, me rompieron las cosas”.


No censura a su padre por las represiones, ni a su madre por la sumisiĂłn. “Hoy en dĂ­a somos grandes amigos, pero mi papĂĄ como su crianza fue diferente pensaba que nos iban a hacer daño y estaba protegiĂ©ndonos”. TambiĂ©n ella fue volviĂ©ndose cada vez mĂĄs experta en escaparse de su casa para ir a cantar a escondidas. Con el tiempo, se inscribiĂł en otro concurso y fue feliz cuando vio a su familia en primeva fila, mientras ella ganaba en tarima. En medio de todo estaba Isis, su hermanita, a la que prĂĄcticamente habĂ­a criado a su imagen y semejanza, le cantaba mientras la mecĂ­a en el chinchorro y la convirtiĂł en cantante, amiga y su mĂĄs grande impulsora.


ÂżQuĂ© sucede con los sueños cuando son tan fuertes, pero la cultura los reprime? Las respuestas se materializaron en su vida, pues anhelaba ser policĂ­a y cantante, pero en la visiĂłn paterna estaba una profesional de la medicina, por lo que debiĂł inscribirse en la universidad a estudiar bacteriologĂ­a. Pero como la mĂșsica la perseguĂ­a, la vida misma la llevĂł a la Academia de AndrĂ©s ‘El Turco’ Gil’ como una materia electiva, aunque la misma vida la arrancĂł de la universidad y la devolviĂł a Uribia, su hogar, para hacerse cargo de su familia, en un momento difĂ­cil y debieron “enfrentar la vida porque no contĂĄbamos con nadie mĂĄs sino con mi padre que nos daba todo. Esa fue la frustraciĂłn mĂĄs grande de mi mamĂĄ que decĂ­a tienes que terminar tu universidad, no puedes dejarla”.


DejĂł no solo la universidad sino tambiĂ©n sus sueños de ser cantante; se enamorĂł, se casĂł y se fue a BogotĂĄ a ser ama de casa. “En este momento de mi vida me di cuenta que yo no estada preparada para la vida porque me encontrĂ© con la vida real”. Esa vida real era dura, dolorosa, de modo que ninguna enseñanza de su ‘Encierro’ fuero aplicables a ella. “Con el fallecimiento de mi primer hijo me sentĂ­ vulnerable y fue ahĂ­ donde saquĂ© la fuerza que tiene toda mujer wayĂșu, dije esto no lo soporta cualquiera, tengo que se mujer para soportarlo porque muy fuerte; no estaba en mi entorno familiar, en una ciudad que no era mĂ­a, que era muy frĂ­a”.


Pasa de prisa por este capĂ­tulo de su vida, “porque hoy es muy doloroso; uno nunca supera eso. En la vida todo tiene nombre cuando te suceden cosas trĂĄgicas, si se muere tu madre eres huĂ©rfano, si se muere tu esposo eres viuda, pero si se te muere un hijo o hay palabras que describan ese dolor. Ese momento de mi vida se llama enfrentare a la realidad de la vida, fue muy fuerte, y tambiĂ©n le agradezco a Dios que pude vivir ante esa adversidad. El dolor se agudizĂł, interrumpiĂł el matrimonio y se hizo mĂĄs punzante, pero Dios les tenĂ­a una segunda oportunidad y otro hijo, sano, hermoso y amoroso, como se lo habĂ­a pedido a Dios; “asĂ­ como lo peor que le puede pasar a una mujer es perder a un hijo, lo mĂĄs hermoso es tenerlo; es el amor mĂĄs puro y lindo que una mujer puede experimentar”.


El matrimonio terminĂł y dos años despuĂ©s, Iris se uniĂł a otra persona, que le deparĂł las alegrĂ­as de una hija y las tristezas del maltrato psicolĂłgico. Fueron doce años alejada de su cultura, de sus sueños. “AsĂ­ como en mi adolescencia fui entregada a mi familia, porque para eso nos preparan a las mujeres wayuu; yo era abnegada a eso porque me prepararon para ser una ama de casa, porque aunque mi papa y mi mamĂĄ tuvieron esa intenciĂłn de que yo terminara una carrera, mi esencia era ser ama de casa, porque mi mamĂĄ lo hizo con mi papĂĄ 25 años”. Y en ese punto de su vida la encontrĂł el desespero que obrĂł el ella la metamorfosis de oruga a mariposa.


El florecimiento femenino


‘La de hermosos colores’ es el significado de Iris, su nombre, que al parecer tambiĂ©n hace parte del tejido de divinas coincidencias que han rodeado su vida, pues una vez se sacudiĂł las cargas que no le pertenecĂ­a, una vez que se liberĂł de las cĂĄrceles que se escondĂ­an en las entrepieles de la cultura y el amor, ella floreciĂł, se hizo radiante como el sol de La Guajira, una joven emblemĂĄtica promotora de sus tradiciones ancestrales, una cantante que inspira y proyecta, una mujer empoderada que ilumina los lugares a los que llega con la iridiscencia que le da su nombre.


Había que comenzar de cero, con la diferencia que ahora tenía dos hijos que la inspiraban a derribar muros, a comerse el mundo; tenía la experiencia del sufrimiento como combustible para no abandonarse nunca mås, tenía la deuda de su arte quemåndole las entrañas, urgiéndola para que lo dejara salir. No fue fåcil pero lo logró, con creces.


En esta etapa de su vida fue determinante la influencia de su hermana, Isis, terminĂł por convencerla que ella seguĂ­a siendo cantante. Era algo que veĂ­a tan lejano ella, que vestĂ­a jean y blusas y que no habĂ­a vuelto a maquillar su cara, ni a bailar la Yonna, ni a hablar wayuunaiki, ni nada que la identificara con la simbologĂ­a wayĂșu. “En una de las cantadas de mi hermana, que iba a dar una serenata, yo la acompañé, me conseguĂ­ con el maestro JoaquĂ­n Prince”. Un encuentro transformador porque le ofreciĂł un empleo para el cual sĂłlo debĂ­a sacar a la mujer wayĂșu que dormĂ­a en ella. “Yo encontrĂ© la fĂłrmula perfecta de mi vida: ser yo misma como mujer wayĂșu, llevar a cualquier parte del mundo mi mĂșsica, mi identidad cultural y hacer lo que mĂĄs me gusta en la vida que es cantar. Pienso que es un milagro porque es lo mĂĄs bonito que me ha pasado en la vida, a parte de mis hijos, y mĂĄs hermoso aun es poder fusionar mi identidad cultural con la mĂșsica vallenata”.


Y los caminos siguieron despejĂĄndose, empoderĂĄndola de su vida, pues ella, a quien habĂ­an reprimido tanto, que le habĂ­an dicho que no podĂ­a, ya no estaba dispuesta a aceptar eso mĂĄs en si vida; por eso cuando en un empleo la pusieron a escoger entre su mĂșsica y el trabajo, no lo dudĂł. El resultado de ese enviĂłn es Son WayĂșu, la primera agrupaciĂłn vallenata wayĂșu, de la que Iris es creadora y cantante.


En 2016 se inscribieron al primer Encuentro Vallenato Femenino –Evafe-,“con mi hermana varias mujeres WayĂșu y fue la experiencia mĂĄs bonita de mi vida. Yo soy hija del Evafe, me cambio la vida porque descubrĂ­ un mundo mĂĄgico para las mujeres; es una plataforma donde descubrĂ­ lo que quiero ser y hacer, mostrarle al mundo mi mĂșsica; aquĂ­ hay una total hermandad como mujeres” y agradece a Hernando Riaño y Sandra ArregocĂ©s, a los que dice amar como a sus padres.


Similar sentimiento de gratitud guarda hacia Fabrina Acosta Contreras de la AsociaciĂłn Evas y Adanes, quien la ha dado apoyo, orientaciĂłn y oportunidades para exaltar su cultura, pero sobre todo a esencia de mujer empoderada, en el Foro Concierto La Mujer en el Vallenato. “Con Fabrina a mĂ­ me cambio la vida. El Evafe me dio la experiencia de soñar y con Evas y Adanes fue donde yo me empoderĂ©â€.


“En este punto es donde yo le digo a las mujeres y a todo el mundo: sigue tu sueño, sigue lo que tu corazĂłn te estĂĄ diciendo. Si antes me decĂ­an que estaba para los quehaceres de la casa, acĂĄ me estaban diciendo algo similar, y yo cuando decidĂ­ volver a Uribia, prometĂ­ no hacer nunca mĂĄs lo que a los demĂĄs les parezca”. Entre esas opiniones contrarias estuvo la de su madre, quien le inquiriĂł para que buscara un “empleo normal”, pues era madre de dos hijos, pero a ella tambiĂ©n silenciĂł, ganĂĄndose el festival Mar de acordeones (Indio Tayrona) en Santa Marta, a donde llegĂł auxiliada por el afecto de su amigo por Luis Arturo Buitrago y su esposa, y se ganĂł a una cuarentena de cantantes hombres de trayectoria.


Hoy es una mujer con autodeterminaciĂłn, que ha ganado premios incluso en el exterior, pues en 2017 recibiĂł el premio Enfoque, por sus aportes a la mĂșsica vallenata. Es una de las Evas que promueve igualdades de gĂ©nero en el Foro Concierto, promueve su cultura en Uribia y avanza en la creaciĂłn de una fundaciĂłn que abra espacios de arte a los niños wayĂșu porque “no quiero que mi vida pase en vano, sin poder hacer algo por la sociedad y por los niños; quiero darles a ellos herramientas para que tambiĂ©n logren sus sueños”.


Texto publicado originalmente en El PilĂłn.

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