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  • María Ruth Mosquera @sherowiya

La poesía, gran ausente en los actuales cantos vallenatos


Aquel paisaje nació sobre una tarde de sol

y allí el destino marcó el sendero de mi canción;

y desde entonces yo soy romántico y soñador

porque no puedo cambiar la fuerza de mi expresión”.


Desde ese ‘entonces’ Gustavo Gutiérrez Cabello no pudo evitar que en sus canciones se pudieran palpar fragmentos de sus sentimientos, siempre engalanados por la fuerza que le dio ese ‘paisaje’ que desde su niñez determinó el sendero por el que andarían sus composiciones.


En añoranzas terminó una concurrida tertulia de abril, programada debajo de un palo de mango para escuchar el primer trabajo musical que lanzaba al mercado un nuevo grupo vallenato.


Un familiar del cantante había convocado a sus más cercanos para enseñarles el disco, pero éste en realidad logró sonar una sola vez porque cuando el anfitrión se disponía a reiniciar el compacto, una mujer de más de cincuenta años salió de una habitación y al pasar por el patio de la reunión refunfuñó entre dientes: “Yo no sé qué le escuchan a eso, si todas las canciones de ahora son igualitas: un lloriqueo que al final no dice nada; yo no entiendo a qué hora perdimos la tradición de oír buen vallenato”.


La acotación, a parte del bochorno del anfitrión, generó en los presentes curiosidad por escuchar más de la señora que se disponía a regresar a su habitación con un vaso de agua que había buscado en la cocina.


“Venga… no se vaya”, dijo una jovencita al tiempo que corría una mecedora que le ofreció a la adulta, cuya presencia sembró un halo de timidez en el sitio, debido a que casi le doblaba la edad al mayor de los asistentes.


“Qué música le gusta a usted”, le preguntó un muchacho a la señora que, luego de un interrogante colectivo sorprendió a los jóvenes con un canto:


"pero a veces no puedo

lastimar tanto mi alma

y un gran suspiro me sale

¡aaay! que me hace perder la calma”. (Amores que van y vienen)


Hubo silencio inicial, pero luego los muchachos quisieron escuchar más de eso que la señora había cantado; la reunión cambió de rumbo y todos se descubrieron embelezados con cantos de Don Toba, Freddy Molina, Leandro Díaz, Gustavo Gutiérrez, Santander Durán, Rafael Escalona, Roberto Calderón, ‘Chiche’ Maestre y muchos otros cuyos versos llenaron el ambiente de poesía.


De esa manera terminó el encuentro sin que el producto nuevo tuviera un segundo chance de ser escuchado; convirtiéndose este episodio en una prueba fehaciente de la transitoriedad que caracteriza a los actuales ‘cantos vallenatos’ que no logran ‘colonizar’ la mente de sus escuchas y que a los dos meses de estrenados, son historia.


La naturaleza, determinante


El desarraigo de los hombres de ahora del entorno bucólico en el que crecieron los autores de antes, la llegada de la comercialización de la música y las implicaciones monetarias que ésta trajo consigo, han generado que la poesía sea la gran ausente de los cantos vallenatos de hoy.


En esto coinciden compositores como Gustavo Gutiérrez y Santander Durán, hombres dotados de una sensibilidad extraordinaria que les permite captar en un atardecer normal, bellezas que no logra ver cualquier mortal.


“Las de antes eran unas canciones muy sentidas. 40 ó 50 años atrás el compositor era de sentimiento, le cantaba a los aconteceres de la región y cantaba el alma cuando estaba triste o alegre; era una expresión sincera, una manifestación de cariño, de amistad, de cantarle a la tierra, al elemento de la naturaleza que hoy en día no se le canta. Ahora que el compositor anda pendiente de que le graben; a mí me parece que eso ha hecho mucho daño”, dice Gustavo Gutiérrez.


Y es que aquellas composiciones estaban cargadas de metáforas, símil, tropos y otras figuras literarias que hacían que la sencilla condición de un hombre enamorado se convirtiera en algo sublime; siendo los ríos, el sol, la lluvia, los pájaros y todos los elementos de la naturaleza partícipes de los sentimientos del autor.


Las aguas claras del río Tocaimo

me dieron fuerzas para cantar”. (Matilde Lina)


Las aguas eran claras porque Leandro Díaz estaba enamorado, pero si él hubiera estado triste o deprimido, seguramente esas aguas hubieran sido turbulentas.


En la misma canción el autor dice “cuando Matilde camina hasta sonríe la sabana”. El poeta Luis Mizar explica que es el mismo Leandro Díaz el que sonríe, “el que en ese arrebato de lirismo, de enamoramiento se proyecta en la montaña para contemplar la belleza de Matilde Lina; por eso es una canción ejemplar en el vallenato que por donde ha sonado gusta tanto y uno se identifica con ella porque tiene el elemento de la naturaleza, coadyuvando con la pasión del creador”.


En su canción ‘Río Badillo’, Octavio Daza dejó consignada su relación de complicidad con el afluente, cuyas aguas cantaban para divertir a la mujer amada:


oye las aguas del río

que están haciendo coro para divertirte

porque ellas se han dado cuenta

que yo sufro mucho cuando tú estás triste

Entonan las aguas su bella canción

dicen que esta noche llena de encantos convida al amor.

El río Badillo con su canto te convenció

tú accediste sensiblemente a quedarte allí” (Río Badillo)


Asegura Mizar que “uno identifica que el poeta lírico transido de sentimiento le transfiere a la naturaleza sus emociones, entonces se encuentra en estos compositores vallenatos que si padecen ausencia de amor, el pajarito se pone triste, el río se seca, todo se contagia de su tristeza; la naturaleza acompaña en el padecimiento al poeta lírico y esa es una característica de la poesía lírica universal que acá la cultivaban con eficacia éstos nuestros primeros trovadores”.


Del génesis al apocalipsis


Tobías Enrique Pumarejo, aunque narrativo/costumbrista es el punto de partida a la hora de hablar de vallenatos líricos; su obra ‘Mírame’ un merengue de 80 años ocupa un sitial de honor dentro de lo lírico.


El acervo de Don Toba fue capital simbólico de Rafael Escalona, su alumno más inmediato, quien se convirtió en narrador, en el gran cronista de la canción vallenata, en cuyos cuentos versificados aparecen también figuras literarias que sitúan su obra en la cúspide de las composiciones vallenatas.


Solamente me queda el recuerdo de tu voz

como el ave que canta en la selva y no se ve

con ese recuerdo vivo yo con ese recuerdo moriré”... Honda Herida


A partir de entonces, el panorama vallenato se fue poblando de compositores y emergieron autores como Freddy Molina Leandro Díaz y Adriano Salas que hicieron grandes aportes a la canción vallenata.

Llegados los años sesenta aparecieron Gustavo Gutiérrez Cabello y Santander Durán Escalona, dos pelaos que rompieron con todo lo que hasta ese momento se había hecho; comenzaron a hacer modificaciones: aumentaron los cambios musicales en busca de nuevas variantes de tipo armónico.


En el momento, la innovación fue bien recibida, debido a que llegó a oxigenar la música vallenata; además no había el interés económico, pues estas canciones no eran aún comerciales. “El interés era expresarse, comenzar a botar todo lo que uno tenía dentro, desde el punto de vista afectivo, sentimental; irlo colocando, dando forma y se hizo a través de la letra de las canciones”, afirma Santander Durán.


Comenzó un movimiento de verdaderos poetas de la canción del cual forman parte Hernando Marín, Tomás Darío Gutiérrez, Sergio Moya Molina, Rosendo Romero, Mateo Torres. Cada vez se sumaban nuevos aportantes: como Marciano Martínez, Roberto Calderón, Octavo Daza, Iván Ovalle, Fernando Meneses, Fernando Dangond, Hernán, Urbina Joiro, Rafael Manjarrez y José Alfonso ‘Chiche’ Maestre quién un día le hizo un canto a un huracán de sentimientos mimetizado en paloma que a su paso le dejó el ‘nido’ vuelto migajas.


El vallenato se expandió y se tomó el país entre los años 70 y 90; se presentó un auge y las nuevas generaciones llegaron en paracaídas a transitar por la autopista que ya habían construido los primeros.

Se dieron grabaciones masivas que generaron una proliferación de agrupaciones y compositores vallenatos que terminó alejado de sus raíces y de la poesía que identificaba sus letras para acercarlo a su apocalipsis. La descomposición de las composiciones vallenatas se nota estruendosamente en los festivales que se realizan a lo largo y ancho de la geografía colombiana.


Al respecto, Santander Durán precisa: “Yo respeto mucho porque esos jóvenes tienen mucho talento, lo que no tienen es formación en cuanto a que no conocen nuestras tradiciones; los mismo cambios sociales que se dieron a raíz de los años 70 en los cuales hubo una serie de bonanzas que perjudicaron la música y luego la situación bélica del país, provocó emigraciones del campo hacia la ciudad, hubo desarraigo de las raíces campesinas nuestras; muchos hijos nuestros no conocen una vaca y un cultivo sino en fotografía porque los padres evitamos que los hijos volvieran al campo para evitar que se los fueran a llevar.


Entonces esos muchachos tuvieron un rompimiento - que no es culpa de ellos, ni nuestro - es culpa de el entorno, de todo el conflicto social que tenemos en nuestro país; se apegaron a la música y comenzaron a hacer sus canciones citadinas, sin haber profundizado, quisieron ser poetas sin haber leído poesía”.


La historia cambió


Ante la añoranza de muchos porque vuelvan esas composiciones, el poeta Mizar explica que “la historia de hoy es diferente a la de aquellos tiempos”. Se pronostica entonces que esas historias de esas canciones no volverán; se puede dar el mismo efecto del sentimiento que nace a través de aquellas canciones en estos momentos, pero con otras realidades y otras palabras. “Así sea con esa entrega y ese lirismo, es otra historia”.


Precisa que a veces añoramos canciones como el alazanito, que le sacó Don Toba a su caballo, pero es un pensamiento conservador porque si ésta es la época de las burbujas, entonces los nuevos compositores ya no van a sacarle esas composiciones al caballo porque ahora la conquistadora en la cuatro puertas.


Les queda entonces a los autores contemporáneos la misión de permitirse sentir para componer y, aunque con otras realidades, ser románticos y líricos para que sus sentimientos cantados tengan un efecto perdurable y en el futuro, alguien añore sus canciones.

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