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  • María Ruth Mosquera @sherowiya

Escalona y López, una amistad eterna


En estos tiempos, cuando tanto el Festival de la Leyenda Vallenata como el departamento del Cesar llegan a su medio siglo de vida, cobran vigencia los relatos que conectan a estos dos personajes como partícipes de las mismas gestas.


“Cuando éramos muchachos…”. Así solía decirle Alfonso López Michelsen a Rafael Escalona Martínez, cuando se sentaban a hablar de una amistad de más de seis décadas en las que se quedó sin resolver el enigma de quién admiraba más a quién.

“Nadie puede convertirse en poeta si no nace con ángel. El de Rafael Escalona es ‘grandototote’, como decimos el en altiplano, o ‘cipote ángel’, como dicen en la Costa”, escribió el político del compositor, en el prólogo del libro Escalona, ‘el hombre y el mito’ de Consuelo Araújo.

“López lo significó todo. Todo en el presente que llegó, todo en el futuro que se le viene encima al Cesar. Presente y futuro”, resumía el compositor del político y añadía: “Sus principios, su mirada, su modo de andar, todo era agradable; todo era bonito”.


Cuando se vieron por primera vez, ya se conocían. El uno tenía detalles de los quehaceres de ese joven cachaco, hijo de presidente, y el otro había descubierto la sonrisa de las flores y el canto de la brisa, a través de los cantos del compositor provinciano.

“Nos conocimos en un viaje que hizo en doctor López hace mucho para frecuentar ciertas propiedades; era el dueño de ciertas tierras en lo que nosotros llamamos hoy Las Sabanas del Diluvio”, contó Escalona dos semanas después de que López se fuera para siempre, cuando por enésima vez habló del gran cariño que le seguía profesando, de los momentos tan gratos que compartieron aquí, en el calor del trópico, y allá, en el ambiente glacial de la capital.

“En el Valledupar de mi juventud, una aldea de unos treinta mil habitantes, Escalona era la ‘prima donna’ del lugar y se comportaba como tal”, decía López.


Para esa época Escalona tenía unos quince o dieciséis años, no lo recuerda bien, pero en su memoria permanecían frescos los recuerdos de aquel primer encuentro. “Ya yo comenzaba con mis inquietudes folclóricas y nos encontramos. Él andaba con un amigo agrónomo muy famoso, un doctor ilustre, un español y estaban tocando guitarra y canciones flamencas”. Hasta ahí llegó él y encontró eminentes patriarcas de Valledupar y amigos de ambos que los presentaron.

López había manifestado el deseo de conocerlo y él… bueno, “me sentí, pues lógicamente tímido, muy tímido, ante la presencia de ese personaje, no solamente por la imponencia política sino el patriarca que era”.


Al sonar de las guitarras y el discurrir de las poesías cantadas del compositor patillalero, se tejieron las primeras trenzas de una amistad invulnerable. “Yo seguía haciendo mis canciones. Cada vez que llegaba a Valledupar él me seguía llamando y cuando él venía, yo me preparaba; ya tenía mis amigos acordeoneros y nos íbamos para allá y él se encantaba de eso. Así quedó consagrada esta presente y futura amistad, que duró hasta su muerte y para mí sigue perdurando aún muerto”, decía Escalona.


La madrugada que el corazón del ex presidente dejó de latir, Escalona estaba en su apartamento en Bogotá. Sintió por su cuerpo recorrerle un frío tétrico que le avisaba, con un zarpazo, que nunca más iba a recibir esas llamadas telefónicas invitándolo a verse para hablar de cualquier cosa. “Tenía tres días de haber estado con él. Fue muy sorpresiva la cosa porque a veces la edad no predice. De pronto me llamaba cualquier día para concretar cosas del certamen folclórico”, narró después el patillalero.


Se refería Escalona la Festival de la Leyenda Vallenata, evento al que ellos dos, con el empuje e iniciativa de Consuelo Araújo Noguera, le dieron vida. Decía López que Escalona y Consuelo juntos eran “el adorno del Valle y contribuyeron a la difusión de la música regional con sus iniciativas tan fecundas como la creación del Festival, que han rodeado de una aura incomparable. Entre todos los eventos musicales de Colombia, el de Valledupar”.

Al hablarle del Festival, los recuerdos de Escalona salían volando y se situaban en una época remota, donde estaba su amigo. “Desde que yo lo conocí, nunca quiso empequeñecer a uno para hacer grande a otro; el que quería ser grande él le daba la mano y además, el vallenato era su música preferida. Cuando llegó a Valledupar, a parte de la música ‘culta’, clásica europea, sabía bien la música mexicana; era la preferida”.

Por eso en sus frecuentes visitas a Valledupar nuca faltó un acordeón, pese a que en ese entonces el acordeón era música del pueblo raso, iletrado; macheteros, corraleros; la clase humilde, cada quien comenzó a tocar a su modo. Eran versos espontáneos, influenciados por el oficio, por las montañas, por el sentir.


Los acordeoneros llegaban de paso, excepto ‘Chiche’ Guerra que era permanente, pues Colacho, que le siguió en afectos, todavía no había aparecido con su acordeón en el pecho.

En ese contexto, López apareció en Valledupar y agregó un acordeón a su itinerario, casi siempre llevado por Escalona para acompañarlo en sus cantos. Es por eso que a Escalona se le endilga gran parte de responsabilidad de que el folclor de acá se le hubiera metido de esa manera en los huesos a un bogotano.

Y López le tenía tal grado de confianza a Escalona que le encargó la misión de cónsul a Panamá. Entonces Escalona le hizo una canción.


Si alguien quería ‘corchar’ a López, sólo tenía que preguntarle ¿cuál es la canción de Escalona que más le gusta?

“En eso compartimos criterios él y yo. A mí los periodistas me arrinconan a veces y me preguntan: ¿cuál es la canción que más le gusta a usted? El doctor López decía, pues a mí me gustan todas, cada cual en su tema y su momento y yo le digo que a mí me gustan todas porque todas las hice con afecto, cada cual con sentimiento diferente, pero todos míos. Cada cual tiene un objetivo directo. Todas las quiero igual”.


Nunca tuvieron discrepancias, nos obstante a que pasaban mucho tiempo juntos y que sus a terruños los separaban miles de kilómetros de distancia. “Ni yo me metía con lo de él, ni él se metía con lo mío. Cuando él se metía en lo mío estábamos de acuerdo y cuando yo me metía con lo de él, que no era política porque nunca fui tan tonto para discutir política con él, también estábamos de acuerdo. Él no nació para defectuar, el nació para imponerse en procesos políticos de mucha fundamentación para el país; no tonterías, como lo demostró en su larga vida”, puntualizaba Escalona.

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