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  • Abel Medina Sierra

El boom de la música popular: ¿Una amenaza para la hegemonía del vallenato?


En los grandes medios, se viene cacareando la idea que existe un boom de la llamada “música popular” o “de despecho” en Colombia y que sus ídolos emergentes son la “nueva ola” de un movimiento, que dentro de poco, liderará las ventas de discos en el país. Eso implícitamente, quiere decir que la música vallenata estaría dejando de ser el principal referente sonoro del país, como se evidenciaba en las encuestas de consumo cultural y nacional de cultura hace pocos años.


Lo del boom es cierto, aunque no sabemos si como todas las nuevas olas, sea algo pasajero. Serán las cifras y el tiempo los que demuestren si el vallenato pasó a segundo plano en las preferencias musicales del país. Pero, lo cierto es que nombres que hace poco desconocíamos como Jorge Andrés Alzate, más conocido como 'Alzate', supera en visitas a la redes a Silvestre Dangond y hoy es común ver intérpretes como Jimmy Gutiérrez, Giovany Ayala, Pipe Bueno, Jhon Alex, Fernando Burbano o Luisito Muñoz en escenario antes impensables; cada día ganando protagonismo como figuras mediáticas en la televisión que antes los invisibilizaba. Para un caso concreto, en el Canal Uno, cada día en su programa de variedades matinal invitan a un intérprete del despecho y muy raza vez a uno vallenato.


No solo obedece a un auge traído por la extensiva migración paisa que viene diseminando la música que antes solo tenía acogida entre campesinos de Antioquia y el eje cafetero; también de una muy bien lograda estrategia de promoción. Las puertas de grandes canales como Caracol Televisión se las abrió Diva Jessurum quien promueve este movimiento. La diva del entretenimiento se queja que los ídolos vallenatos no responden llamadas ni dan entrevistas, se la pasan en una guerra entre ellos, no se preocupan en cultivar su fanaticada. Mientras tanto, se siente honrada que cinco o más ídolos de la música popular la inviten, la visiten y así abren puertas que los vallenatos desperdician o menosprecian.


También se trata de un salto generacional en los intérpretes del género popular que impone rostros juveniles y de atractiva presencia escénica como Pipe Bueno quien “blanqueó” las letras antes poco sutiles; una mejor dedicación a la producción musical y de los videoclips; un mayor esfuerzo por la promoción más allá de las emisoras locales y regionales. Es decir, la nueva ola de la música de despecho despegó para salir de la provincia y buscar vitrina en los grandes escenarios.


Pero qué es lo se entiende en Colombia por “música popular”. Se trata de un macro-género muy heterogéneo de canciones de estructura musical y rítmica sencilla en las que caben estilos sureños y norteños extranjeros como el corrido, la ranchera y el huapango mexicano, algo de pasillo andino, valses ecuatorianos, el tango argentino y hasta la llamada “música de parranda”, también de origen campesino y caracterizada por el doble sentido con representantes como los hermanos Bedoya. Todos estos, asimilados a un estilo apropiado por las clases campesinas y populares de Antioquia y su región de influencia. Si algo hacen bien los paisas, es cooptar géneros musicales y adaptarlos a su gusto y forma de bailar; así lo hicieron con el porro y la salsa de la que formaron el chucuchucu, del vallenato hicieron el llamado “balanato” con la marca paisa de los hermanos Calderón de Los Gigantes.


El estilo que más se impone en el nuevo movimiento es el de la onda grupera mexicana y el corrido asimilado al “ritmo paisa”. Por ello, algunos critican este género por una supuesta “falta de identidad” pues no se trata de un estilo autóctono sino que cuando los paisas quisieron tocar ranchera, corridos y música norteña, les salió esta música de despecho. No deja de ser una paradoja, que mientras en estados mexicanos como Salinas, Nuevo León, San Luis Potosi y Cohahuila emerge una cultura que se hace llamar “Colombia” y han arropado al vallenato y la cumbia como su música identitaria, en el Gran Antioquia se haya arraigado una cultura musical que adoptó como propia los corridos y música norteña. Eso demuestra que la música hoy es de todos y no es de nadie, época de “pillaje musical” llama el sociólogo Simon Frith.


Este formato no solo se conoce como música popular, sello que le dieron los medios radiales. Lo de popular hace referencia a un género exclusivamente para el pueblo, la gente del común, el campesino, el obrero, el marginal. Alberto Burgos Herrera, quien ha documentado esta música, sostiene que originalmente se les llamó en Antioquia como "guascas" o "música campirana" como forma despectiva de adjetivizarla como campesina. Como quiera que era distribuida por vendedores a través del Ferrocarril de Antioquia, bautizaron a esta música que se vendía y se escuchaba en las carrileras del tren con el nombre de "música de carrilera", mientras otros prefieren llamarla “música de cantina” porque fue en esos espacios donde se anidaron como rancho propio.


También se le suele denominar “música de despecho” o “corta venas” por su fuerte carga de desahogo visceral, lo que la hace asociar con la depresión, la bohemia, el suicidio. Es música que le canta al desamor, a la mujer perdida y pérfida, al amor no correspondido, a esa sensación de impotencia, de rabia y desengaño por la imposibilidad de recuperar lo perdido. Adolfo Albán nos recuerda que la palabra despecho proviene etimológicamente del latín “despêctus”, que significa menosprecio, por ello alude a esa sensación de sentirse despreciado o remplazado sentimentalmente por otro u otra.


El gran sustrato de la expresión sonora que mueve la aguja hoy y pone a gritar a pulmón “Así se canta, H.P”, está en la música mexicana y su principal vitrina: el cine y sus imaginarios de charros con pistolas, caballo, canana, sombrero y botas. Ya entre los 30´s y los 40´s se escuchaban artistas como Ray y Lupita, Lydia Mendoza, Las Hermanas Padilla, Los Relicarios, los Hermanos Palacio, Los Trovadores de la Vega, los Hermanos Valencia, Los Cuyitos, Los Dominicanos. Desde los 60´s viene la hegemonía que se tomó las cantinas, “salivones”, tascas y fondas con voces y estilos hegemónicos como las emblemáticas Hermanitas Calle, Helenita Vargas, La gaviotas, Óscar Agudelo y Luis Ángel Ramírez Saldarriaga "El Caballero Gaucho". Ellos competían con los ídolos populares como los ecuatorianos Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo.


Hacia la década de 1990, se producen cambios organológicos llevados desde la onda grupera y la música norteña mexicana como Los Tigres del Norte. Se fueron añadiendo otros instrumentos como las trompetas, acordeón, el bajo sexto (el llamado “farafara” en México) y el protagonismo de la guitarra que caracterizaba a la música guasca, se fue diluyendo. Para finales del siglo XX y entrando este siglo, emergen intérpretes sobre cuya fama se cimienta el nuevo boom. Se trata de artistas como Darío Gómez, Luis Alberto Posada y El Charrito Negro. Éstos usan más la etiqueta de música popular quedando relegada la de música guasca, lo que quiere decir que le apuestan a un estilo más urbano que campesino. Ellos llevaron esta música a otras regiones que se contagiaron, “a moco tendido”, de sus líricas sensibleras.


El fenómeno se ha vuelto tan extenso, que hoy no solo es privilegio de la comarca paisa. También las mujeres, quienes muy al estilo de “Paquita la del barrio”, le están cantando desquites despechados a los hombres. Cantantes como Francy, Lady Yuliana, “la diva de la canción popular”, Patricia del Valle “La señora”, Paola Jara y Arelys Henao ya tienen una nombradía ganada en el género. Figuras de la televisión como Marbelle y Adriana Botina han contribuido a promocionar esta etiqueta que ya cuenta con cadenas de emisoras, canales de televisión exclusivos y comenzó a ser tema de dramatizados como lo demuestran los seriados “Nadie es eterno en el mundo”, “Las Hermanitas Calle”, “Helenita Vargas: La ronca de oro”. No olvidemos lo importante que fue para el vallenato cuando, con “Escalona”, se volvió tema preferido de los dramatizados de televisión en horario triple A.


¿Se nos viene una Colombia despechada? Es posible, aunque esta música cargue con el estigma de ser la banda sonora del movimiento paramilitar y el narcotráfico en Colombia porque son comunes las apologías a capos y comandantes. Se dice que ofrecen unas líricas pobres, de mensajes explícitos cargados de palabras de grueso calibre y despojados de todo lirismo o artificio, machismo exacerbado, exaltación del narcotráfico, la ostentación del dinero, carros lujosos y las armas, de inducción al suicidio -de allí, lo de “corta venas”. Pero en fin, toda música popular carga su lastre de descalificaciones, así pasó con el vallenato, incluso, en la misma Valledupar.


Si el vallenato será desplazado de las preferencias musicales del país por este género, será el tiempo que lo diga; como diría Mile Zuleta, son muchos “arroyitos” los que debe atravesar aún la etiqueta de música popular. Ya antes géneros como el merengue dominicano, la champeta y el regguetón han puesto a prueba la resistencia de las músicas de acordeón y han salido invictas porque festejan la vida, por sus mensajes y por lo bailable. Según el músico Roger Bermúez, el vallenato tiene como ventaja, un sólido andamiaje representado por el relevo generacional, la ventaja de cientos de festivales, escuelas, estudios de grabación, medios, autores, cultores y demás eslabones de la cadena musical. Igualmente, su alta penetración en el público infantil y juvenil, lo que no ocurre igual en la música de despecho.


Pero, así como sucedió cuando emergió el vallenato y antes la cumbia y el porro en un escenario hegemónico de música andina, la música de despecho visibiliza sectores y subculturas negados como sujetos históricos y que hoy irrumpen buscando escena como contra-hegemonía cultural. Sonoridades rebajadas como vulgares, que antes fueron menospreciados y confinados a la marginalidad de lupanares, cantinas y fondas, están en un punto de escalamiento hacia un lugar en el comercio, en el público urbano y el mainstream. Es una lucha por el reconocimiento de su identidad “rururbana” y de su forma se aclimatar el legado continental norteño y sureño.

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