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  • Aldayr Ortega

La historia de ‘El Penca’


Imagen de referencia, todada de internet.

En un populoso barrio de Valledupar existió un mítico personaje dedicado a la venta de controles remotos y bases para televisores, de esos que van de pueblo en pueblo, puerta por puertas ofreciendo sus productos a las amas de casa. Marlon era un hombre de poco hablar, más bien ensimismado, abstraído y dueño de una bondad incomparable. En la invasión donde vivía con su madre, su esposa y su hija era apreciado por todos los conurbanos.


De lunes a jueves, cuando pasaba temporadas en el Valle, era amable y respetuoso con todos; de él se escuchaba un “buenos días” tímido, casi imperceptible, como si el cuerpo se resistiera a que el eco de su voz cruzara por su garganta y de remate sus ojos esquivaban a aquel al que su voz saludara, siempre con la cabeza gacha huyendo de la mirada de los otros.


La vieja Roque que lo conocía bien, cuando escuchaba su voz débil decir “buenos días”, lo seguía con la mirada y al pasar le respondía: “Buenos días, don Penca”, perdón señor Marlon”. Él, con una sonrisa tímida, llena de pena, como evitando un reclamo mayor se pegaba a la tapia de la casa de la esquina y seguía de largo buscando su vivienda.


Los viernes cuando el sol caía en la invasión, Marlon salía vestido de blanco y partía a tomar cerveza en la cantina de la avenida. Al cabo de dos volantonas, estaba ese hombre tímido transformado en otro ser: un hombre elocuente e irrespetuoso, bravo y peleonero. El cantinero no encontraba explicación de porqué de dicho cambio; era asombrosa la distancia que existía entre el hombre de los días de semana y el varón que la cantina de los viernes, sábados y domingos.


Los que lo conocieron sabían que al cabo de estar tomando se ponía de pie, se golpeaba el pecho duro con la palma de la mano abierta, luego empuñaba las manos y agitaba los puños hacia la tierra gritando a voz alta: “Ya está, nojoda. Se fue Marlon y llego El Penca”. Los parranderos sabían que eso era sinónimo de pelea, sabían que en cualquier momento se formaba el bololó.


En una de esas transformaciones, El Penca le agarró las partes nobles a la mujer de un policía. Se dice que la bolillera que le metieron fue suficiente para una semana de UCI en el Hospital Rosario Pumarejo de López. Otro día le dijo puta a la mujer de un pandillero local y lo puñalearon con alevosía a la altura del pulmón. Entre puños y trompadas, la gente del barrio fue comprendiendo la locura alcohólica que se producía en Marlon con la ingesta etílica; entonces en el barrio comenzaron a tolerarlo y festejar sus locuras. Los que no entendían su estado anormal eran los miembros de los otros barrios; por ello siempre que osaba en cruzar la avenida en estado de embriaguez, lo traían aporreado y con partiduras y puñaladas en el cuerpo, dependiendo con el tipo de gente con la que se tropezara.


Una tarde la voz se rodó por toda la invasión: “Lo mataron, lo mataron”. Nadie entendía que sucedía, pero pronto la noticia de la muerte se asentó en la casa de la vieja Felipa, madre de Marlon. La policía de El Banco - Magdalena reportaba la muerte de un ciudadano indocumentado a quien los vecinos del Puerto conocían como El Penca. El féretro llegó a Valledupar a las dos de la madrugada en una carroza fúnebre; al día siguiente toda la invasión asistió a su sepelio, consternados por el suceso.


Los pandilleros de la cuadra, quienes también eran vendedores de controles y bases para televisor, organizaban la venganza; la vieja Felipa al ser enterada de los pormenores del plan, los persuadió sentenciando la frase que quedó grabada en la juventud de aquel Barrio de Valledupar: “No hay nada qué vengar, no hay nadie a quién matar; el asesino de mi hijo no fue el banqueño que perforó su pulmón con la daga de la muerte”. Uno de los amigos de Marlon la interrumpió: “¿Ah no?, ¿Entonces quién fue?”. Doña Felipa, tomando aire y con los ojos lagrimosos respondió: “A Marlon lo mató El Penca”, ese monstruo que salía a hacer desastres con el cuerpo de mi hijo cada vez que los efectos del alcohol lo dejaba salir”. Desde ese día no se tocó más el tema de la venganza. Sin embargo, el espíritu de El Penca siguió matando a los jóvenes de la invasión cada vez que se emborrachaban.

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