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  • Redacción Nicho Cultural

Nace una esperanza para proteger los saberes de los pescadores


Lo usual era que las mujeres y niños esperaran en la orilla a los pescadores que desde la temprana mañana habían salido a sus faenas de pesca. Llegaban pasado el mediodía, contentos, cansados y satisfechos, con una abundancia extraordinaria de pescado: bocachico, blanquillo, pacora y otras especies.


A esa hora comenzaba en la orilla el ritual que se extendía hasta altas horas de la noche y beneficiaba no solo a las familias locales sino a otras a muchos kilómetros de distancia, como Bogotá, Bucaramanga y hasta Venezuela, a donde enviaban cavas repletas de pescado salado. De estas jornadas salían también la manteca, que almacenaban en latas y les servía para cocinar y repartir, en un tiempo de abundancia.


La pesca era un ritual sagrado, con técnicas especiales y convicciones que ponderaban el respeto a la naturaleza y a la preservación del oficio, por lo cual nadie agarraba peces pequeños y si llegaban a caer en las redes, lo devolvían al agua, para que llegara al tamaño ideal.


Uno contaba con un producto de clasificación bueno, abundante; no se mataba tanto el pescador con la intención de sacar lo máximo, sino que había suficiente en la ciénaga. Las familias salíamos y traíamos dos, tres arrobas de pescado. Era la pesca una actividad sostenible, según lo recuerda, porque no había sistema de congelamiento, con cavas y grandes congeladores; ahora la captura se hace masiva, hay personas que pueden capturar 20 y hasta 40 arrobas y eso va directo a los furgones donde los congelan”, contó el pescador Alfonso López en una entrevista.


Fueron tiempos de bonanza que han quedado en el pasado y la memoria de quienes añoran mejores tiempos para el río y los cuerpos de agua que alimenta, los cuales han sido golpeados por distintos fenómenos asociados tanto a impactos climáticos, como malas prácticas implantadas por actores armados, las cuales dejaron un lastre de desigualdades y vulneraciones.


La introducción de nuevas técnicas de pesca ha resultado devastadora. Los pescadores atrapan peces muy pequeños, por debajo de la talla mínima, de modo que tampoco alcanzan a cumplir su ciclo natural de reproducción.

 

La Unesco abrió la puerta


Es por todo esto que la noticia del aval de la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) para avanzar hacia las posibilidades de patrimonialización de las técnicas y saberes de los pescadores del río Magdalena hace brillar una luz de esperanza para, no solo reconocer a estos sabedores, sino para que se puedan emprender acciones que frenen el deterioro del afluente y del oficio.


Hoy desde el Ministerio de Cultura, las Artes y los Saberes estamos de fiesta. Hemos recibido el aval y la aprobación para que el expediente de los saberes y técnicas asociados a la pesca del río Magdalena sea enviado a la Unesco y por fin los pescadores tengan un reconocimiento a nivel mundial desde la Unesco. Este reconocimiento realmente va a favorecer a estas comunidades que durante años han mantenido todos estos saberes y que Colomba celebra para el mantenimiento del río Magdalena, del agua y del medio ambiente”, expresó Ruth Flórez, coordinadora del grupo Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio.


Lo que sigue es enviar el expediente a la Unesco y estar atentos a las acciones a las que haya lugar para argumentar con suficiente fuerza las razones por las cuales este río, que atraviesa, nutre y alimenta a Colombia, sea protegido como el patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad que es para quienes por generaciones han vivido en sus orillas, en los once departamentos abrevan en él: Magdalena, Atlántico, Bolívar, Cesar, Antioquia, Santander, Boyacá, Cundinamarca, Caldas, Tolima y Huila.

 

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