Triunfos inspirados en La Niña Emilia
Trece estatuillas en la reciente entrega de los premios India Catalina recibió la serie ‘Déjala Morir’, inspirada en la vida y obra de Juana Emilia Herrera García, conocida como ‘La Niña Emilia’, quien falleció en el año 1993, pero dejó su inmortal obra como legado al Caribe colombiano. Esta región sirvió de locación a la producción audiovisual que recibió las mejores críticas, dada la naturalidad y autenticidad de la misma.
El trabajo con pasión y entrega por parte de cada actor y cada participante en esta serie es, según Edwin Salcedo, productor ejecutivo de la serie, quien afirmó que “todos los que hicieron parte de la serie entregaron todo de sí, la gente creía en lo que se estaba haciendo, cuando la gente cree de manera firme y sin vacilar se ven los resultados”.
Se trató de una historia realizada con bajos recursos, que logro marcar un record con trece Indias Catalina. “Con muy pocos recursos se pueden contar historias muy fuertes y significativas, que llevan mensajes muy llenos de sentimiento, identidad de la misma región Caribe”, añadió el productor.
Ha sido esta la oportunidad para que el mundo dirija la mirada a la región Caribe, con su folclor, el gran talento de sus gentes, pero también a pueblos de los cuales han salido las grandes historias del folclor colombiano y mundial. En este caso, ese pueblo es Evitar, patria china de La Niña Emilia.
Evitar es un pueblo de Mahates, en el Caribe colombiano; más exactamente en el departamento de Bolívar, a una hora de Cartagena. Su origen encierra la connotación precisa de su nombre, puesto que representa la acertada decisión de evitar un problema mayor entre personas en disputa, que al final optaron por salir en direcciones opuestas a buscar otros territorios para asentarse. Así, unos se establecieron en el lugar que llamaron Evitar y los otros en Malagana, que traduce su sentir al salir de su entorno.
Según lo almacenado en la Tradición Oral caribeña, corría el año 1.728 cuando estalló la disputa entre los Payares y los Herrera porque uno de los primeros había ‘perjudicado’ a una muchacha perteneciente a los segundos. El orden social de entonces establecía que para esos casos el perjudicador debía unirse maritalmente y con la perjudicada para desagraviar su honra y pagar una dote a la familia, pero esta reparación no tuvo lugar; las familias se declararon en guerra, hasta que los Herrera decidieron irse para evitar que otra de sus hijas fuera perjudicada.
Es un pueblo ribereño, residido por personas trabajadoras y alegres, de esa gente con la que le apetece a uno estar porque llenan de buena vibra los espacios que habitan. Son creativos para el arte, cantan, hacen versos, canciones y poesías, tocan maracas, tamboras, guache, gaita, caña de millo, o bien fabrican instrumentos; en fin, podría decirse que ser artista ahí es algo que no se puede evitar.
No pudo evitarlo ella, Juana Emilia Herrera García, nacida allí (en 1932), donde creció viendo cantar a su mamá y su hermana mayor; soñando con –algún día- convertirse en una artista y salir en la carátula de un disco.
Se hizo experta preparando y comercializando dulces en tiendas y vendiéndolos al menudeo, con lo que pudo salir airosa ante los duendes vestidos de carencias que le salían al paso. A los más pequeños del pueblo les encantaban sus dulces porque, además de deliciosos, tenían creativas figuras de patos y otros animales alados.
Poco a poco empezó a darle libertad a su voz y se hizo cantadora, aunque a nivel muy local. Se enamoró, formó un hogar, parió cinco hijos y enviudó. Entonces acudía al canto para conjurar sus tristezas; cantaba al lado del fogón prendido las nostalgias de una madre sin un marido que la apoyara en la crianza de su descendencia y lloraba por la tristeza que le invadía el cuerpo cuando pensaba en la situación de sus hijos.
La suya fue una voz particular, inigualable, brillante y nostálgica, alegre y melancólica que hubiera trascendido más temprano las fronteras del pueblo bolivarense, si este no hubiera estado tan ‘escondido del mundo’: “Un pueblo sin entradas”, decía ella. Para llegar a Evitar no había carretera; sólo un camino agreste por el que se transitaba a pie, en mula o en burro.
Fue mucho tiempo después que se hizo realidad su sueño de niña. Se convirtió en una artista famosa. Y entonces, cuando ya pasaba del medio siglo de vida, cuando era una mujer muy adulta, se convirtió en ‘La Niña Emilia’, reina del bullerengue, la compositora exitosa, experta en otros géneros como la champeta, el porro y el vallenato, llegando incluso a grabar un disco con el tres veces rey del Festival de la Leyenda Vallenata Alfredo Gutiérrez.
Fue mundialmente aplaudido el pregón con el que deshizo todas las fronteras con su voz y se posicionó como una artista de talla internacional: “Coroncoro se murió tu mae. Déjala morí”, inspirada en la ausencia de su hermano Nandín, quien se había ido a Venezuela, y personificada en un evitarense al que apodaban con el nombre de un pescado: Coroncoro. El mundo coreó otros éxitos suyos como ‘Currucuchucu’, ‘Cundé cundé’, ‘Mambaco’ y el ‘Pájaro Picón’, por el que se acabó su amistad entrañable con la también bullerenguera famosa Irene Martínez. Según contaba ‘La Niña Emilia’, Irene, su amiga, con la que hasta dormían en la misma cama, con la que andaba pa’ arriba y pa’ abajo con el conjunto Los Soneros de Gamero, se quiso atribuir la letra del ‘Pájaro Picón’, cambiándole el nombre a ‘Se va se va’, cuando la letra la había hecho ella, inspirada en su papá (que no se amarraba el calzón) y que no era otra cosa que la forma de expresar que se le salía el ‘pájaro picón’, refiriéndose al miembro viril de éste.
Porque Emilia Herrera fue una mujer natural, irreverente, sin pelos en la lengua, que impuso como su sello particular el color oro de sus uñas, sus collares, sus aretes grandes, sus anillos y las gafas oscuras que siempre llevaba. Fue ella de ese tipo de seres humanos que pese a que dejan de existir en forma física, tal como ocurrió con ella el 15 de septiembre de 1.993 en Barranquilla, siguen habitando los espacios, los pueblos y los corazones, convertidas en orgullo de quienes tuvieron la dicha de quererlas y ser queridos por ellas; son código identitario de esos lugares, emblema de las gentes, patrimonios folclóricos de las regiones, pasan a ser inmortales.