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Juan Rincón Vanegas

Medio siglo de la profética ‘carta vallenata’ de Consuelo Araujonoguera, 'La Cacica'


El ocho de marzo de 1969 en una máquina marca Remington se escribió la importante carta que hoy tiene la mayor vigencia. “Dejemos así, pero te prometo que será con vallenatos y no con los espacios ambientales y las obtusas conferencias sobre arte, con lo que nos tomaremos el mundo.

…Y el 52° Festival de la Leyenda Vallenata se denominará ‘Vallenato para el mundo’, una noticia que hará posible que los acordeones suenen por todos los puntos cardinales de la tierra. En medio de la noticia, aparecen las aristas que han hecho posible la extensión de este género musical que identifica al país.


En Colombia se venden anualmente cinco mil acordeones por parte de la fábrica alemana Hohner. Es el 35 por ciento de la producción de acordeones que fabrica esa empresa alemana.


“El acordeón es un símbolo nacional. Esa es la percepción que nosotros tenemos cuando miramos a los acordeoneros vallenatos. Acá, tocar acordeón es común en la vida diaria, y además, nos admiramos con la agilidad que lo hacen. Son todos unos campeones, desde niños, hasta grandes. Puedo señalar que entre todas las culturas del mundo, Colombia sobresale”, indicó Gilberto Reyes Jr, gerente de producción para Norte y Suramérica de la citada empresa.


Seguidamente, manifestó que “El Festival de la Leyenda Vallenata tiene un alto significado, debido a que la entidad que lo organiza, la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, se ha encargado de preservar este estilo de música a través de los años, y lo más importante, es el semillero que se tiene para que nunca muera”.


Visión profética


Todo lo anterior fue profetizado por Consuelo Araujonoguera el 8 de marzo de 1969, en La Carta Vallenata de El Espectador, cuando escribió: “El vallenato se tomará el mundo”.


Quién iba a pensar que los vetustos acordeones que tocaban los viejos juglares, incluso el ‘Pedazo de acordeón’ de Alejo Durán, hoy sean la referencia de un folclor que nació en los potreros y ahora tiene pasaporte libre para incursionar por el mundo. Todo comenzó en el año 1968, cuando se puso en marcha el Festival de la Leyenda Vallenata.


Precisamente, ‘La Cacica’ relató lo siguiente: “Cuando Alejo Durán se subió a la tarima, sin nombre, que hicimos erigir al profe Augusto Castellanos, al lado del amplio rectángulo de la plaza Alfonso López, fue cuando tuvimos la noción exacta de que el Festival de la Leyenda Vallenata había comenzado, y comenzado bien. Dos noches después, en la gran final, ‘La cachucha bacana’, ‘Elvirita’, ‘Alicia adorada’ y ‘Mi pedazo de acordeón’, fueron apenas la notificación musical de la apoteosis colectiva que desde entonces lo consagró para siempre en el afecto y la devoción de la gente”.


Después, en el año 1973, Consuelo Araujonoguera tuvo a bien presentar su primer libro ‘Vallenatología’, haciendo la siguiente sustentación: “Estas páginas no tienen pretensiones literarias, ni intentan sentar cátedra sobre folclor, ni crear dogmas acerca de la música vallenata. Me he decidido a hacerlas conocer por tres motivos, para mí suficientes:


Primero, porque uno defiende siempre lo que más ama. Y como, por sobre todas las cosas, yo amo mi música vallenata –con todo su acervo de leyendas, sentimientos y tradiciones que sintetizan mejor que nada nuestra idiosincrasia y razón de ser– creo, con lo poco que sobre ella sé, defenderla de la equivocación de muchos y la ignorancia de las mayorías, que no ven en la música vallenata nada distinto de algo que está de moda.


Segundo, porque la importancia y auge que tiene el vallenato actualmente no permiten mantenerlo más tiempo sin, por lo menos, intentar una investigación sobre los orígenes, fundamentos y razones que lo crearon y lo mantienen.


Y tercero, porque, después de permanecer largo tiempo investigando y reuniendo datos, pienso que no vale la pena dejarlos indefinidamente durmiendo en el cajón del olvido, sino hacerlos conocer, cuando menos para que sirvan a otras personas más idóneas y mejor documentadas que los refuten y contradigan hasta cuando se haga la luz total sobre la verdad completa de la música vallenata. Y valga esta última razón por todas las anteriores”.


La Carta vallenata

Hoy, se publica su Carta Vallenata dirigida a la crítica de arte y escritora argentina Marta Traba, donde se visionó lo que vendría para la música vallenata.


Estimada Marta:

Por primera vez en la vida echo de menos un cartón de bachillerato y un título universitario, que ahora me darían alguna autoridad intelectual para enfrentarme, de igual a igual, contigo y responder – sin temor de quedar en el asfalto – la desafortunada nota de presentación que escribiste para el disco de la formidable Eliana y que El Espectador publica en su edición de febrero 28, página 4-B. Pero aun así, inculta, semi-ignorante y cuasi-analfabeta, me atrevo a hacerte unas observaciones sobre lo que has escrito, primero, porque me exaspera tu absurdo sistema (muy conocido de todos) de ensalzar a unos menoscabando a otros; y segundo, porque a pesar de que respeto tus profundos y casi infalibles conocimientos sobre lo divino y lo humano, considero que en esta ocasión se “te escarchó el perol” cuando te atreves, – después de anunciar que tu “cultura sobre música popular es nula y corresponde a la generación de Bing Crosby y Vereda Tropical”… -, a afirmar sin reato alguno en una especie de lamento que tampoco creo sincero que “los bambucos clásicos fueron olvidados por la improvisación y el descuido literario y gramatical de la historia privada o policíaca de los vallenatos”.


Me extraña, más que importarme, que una persona de tan altos niveles culturales como los tuyos, no guarde y practique la vieja y prudente norma de no hablar (escribir, en este caso) de lo que no se conoce. Y si Escalona, Tobías Enrique Pumarejo, Emiliano Zuleta, Gustavo Gutiérrez, Alejo Durán y los demás no se atreverían a entrar en el sacro templo privado de tus conocimientos pictóricos, intelectuales y artísticos en general…


¿No te parece un tanto infantil, por no decirte que bastante vanidoso, que tú hagas sobre la música vallenata una aseveración ligera, ilógica, sin el más mínimo conocimiento de ella?… ¿Cómo puedes caer en el error tremendo de anunciarte como una nulidad en música popular, primero, y pasar inmediatamente a sentar cátedra sobre temas musicales en general, llevándote de paso en medio del torrencial aguacero de conceptos, a los nadaístas, Los Beatles, la castidad, las gentes que rezan, “la perversión del gusto del pueblo colombiano”, el subdesarrollo y todo ese palabrerío hueco que está de moda, rematando con un anatema sobre la música vallenata que ni siquiera conoces?…


Francamente me deja perpleja tu capacidad de contradicción, y de todo ese sartal de cosas que dices solo logro afirmarme más en la impresión que tenía – cuando analizaba tu estilo de escritora – que cuantas veces endiosas a determinada persona (pintor, escultor, cantante, etc.) no es simple casualidad el que otra caiga bajo la piqueta demoledora de tu concepto infalible. Y esto de ahora me confirma lo supuesto de que no puedes pegar un ladrillo sin que simultáneamente derribes una pared.


No veo la necesidad que para hacer un elogio de Eliana tengas que referirte al vallenato hablando de historia privada o policíaca… En eso estás cometiendo un gravísimo error, más grave cuanto más inexacta es tu afirmación. Entérate primero. El vallenato es – y esta afortunada expresión de alguien que no recuerdo, lo define mejor que ninguna otra -, la crónica, hecha música, de todo un pueblo. No se puede hablar de historia privada dentro de la música vallenata, así se refiera uno a determinada canción que mencione con nombre propio a alguien, porque lo que nuestros compositores cantan y refieren es un suceso, que bien lo pudo protagonizar alguien determinado, pero que es en sí, el reflejo de mil sucesos más, idénticamente iguales, ocurridos a otras tantas personas.


El que Rafael Escalona diga en su canto que va a hacerle una casa en el aire a su hija Ada Luz, no significa que trate de referir la historia privada de sus intenciones paternas con su primogénita, sino que está contando por medio de un paseo el deseo recóndito que sentimos todos los padres de proteger a nuestras hijas de los pretendientes indeseables, cuando están en la edad del amor. Y así son todos nuestros cantos: descriptivos, anecdóticos, históricos, porque con ello suplimos durante muchos años, la carencia de periódicos, de radio receptores, de comunicaciones, mientras escribíamos con notas musicales la historia de una buena parte del territorio nacional, donde afortunadamente todavía estamos viviendo la vida apacible, bucólica – y subdesarrollada si quieres – de la provincia colombiana.


En cuanto a lo que tan despectivamente llamas “descuido literario y gramatical“ me parece Marta que, como dicen los cachacos, “se te fueron las de andar”… Tú que has leído tanto conoces sin duda alguna “El Romancero Gitano”, ¿verdad? Y también “El cancionero de Antioquia”, de Antonio J. Restrepo, pero no te has tomado el trabajo quizá de leer con detenimiento la letra de “La custodia de Badillo” o “El playonero del Cesar”, o “La patillalera”, de Escalona, y posiblemente no conoces tampoco “La Cita” o “Recuerdos de Patillal” de Tobías Enrique Pumarejo. Pero si algún día le haces el honor de detener tus ojos en ellos, descubrirás, que dentro del estilo llano y sencillo de las frases, la composición se ajusta a las más elementales normas gramaticales y me atrevo a decirte que literarias también, porque yo entiendo que literatura no quiere decir necesariamente grandilocuencia, rimbombancia o ampulosidad.


En lo único que aciertas es cuando te refieres a la improvisación y en eso precisamente radica el mayor encanto y el “agarre” que la música vallenata tiene en el mundo entero. Gracias a Dios podemos decir nosotros que Escalona no conoce una sola nota del pentagrama ni es un intelectual puro ni impuro. Menos mal que Tobías Enrique Pumarejo es un hombre modesto, campechano, sencillo y dedicado al campo. Siquiera que Emiliano Zuleta, Toño Salas y Alejo Durán son de extracción popular y origen humilde. Afortunadamente Francisco el Hombre no conocía la o por lo redonda y su autógrafo (…no te escandalices Martha…) era un sonoro salivazo, que estampaba donde quería. Y a pesar de eso, derrotó al mismísimo diablo tocándole el Credo al revés, cuando este lo desafió a un duelo musical en el viejo camino de Guacoche. (Y eso, que como tú misma sabes, el diablo sabe más por lo viejo que por diablo y ya puedes figurarte cuantas sinfonías de Beethoven, cuantas fugas de Bach, cuantas polonesas de Chapín y cuanta música de Mozart, Wagner, Liszt y Debussy conocería Satanás…!).


Si no fuera por todas estas circunstancias especiales, el vallenato no existiera ni estuviera dándole la vuelta al mundo como la mejor expresión musical de un pueblo, al igual que los mexicanos con sus rancheras, los españoles con su flamenco y los argentinos con su tango (no con sus intelectuales…).


El día que nuestros compositores salgan de las aulas universitarias con una gramática y una enciclopedia bajo los brazos a “elaborar” que no a componer la música vallenata… ese día desapareceremos de la vanguardia del folclor nacional que ahora estamos ocupando, y que ocuparemos mucho tiempo, gracias precisamente a la sencillez, la autenticidad, la originalidad rudimentaria de nuestros cantos. Ten la seguridad que nosotros sabemos exactamente lo que somos y estamos orgullosos de ello sin vivir añorando cosas ajenas ni falseando el gusto natural para presumir de cultos.


Dejemos así, pero te prometo que será con vallenatos y no con los espacios ambientales y las obtusas conferencias sobre arte, con lo que nos tomaremos el mundo.

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