El séptimo parto
- María Ruth Mosquera @sherowiya
- hace 2 horas
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Actualizado: hace 17 minutos

Relatos de preñeces, partos, ombligamientos y otras prácticas, a propósito de la conmemoración del Día de la madre y el Día Internacional de la Partería Tradicional, en el mes de mayo.
- Es una mujercita, dijo sudorosa Victorina, la partera.
- ¿Imposible?, respondió Miriam, ahogando un quejido al intentar incorporarse de la posición del parto, que la mantenía aún recostada con la cadera en el borde de la cama y las piernas espernancadas frente a la partera.
- “Sí señora. Tiene raja”, confirmó la partera.
A varios de sus hijos los había parido en cuclillas, agarrada con ambos brazos de cuerdas o sábanas que colgaban de las vigas de la casa, pero para esta ocasión, teniendo en cuenta que había sido un embarazo sin contratiempos, habían optado por esta que era una posición menos desgastante para la madre.
La llegada de una niña sorprendió a todos puesto que esperaban que naciera un varón, tal como lo indicaban las predicciones de las parteras y sabedoras en cuestiones de embarazos y alumbramientos, pues para este embarazo, la barriga de Miriam creció redonda y puntiaguda, sumado a que el bebé estaba situado al lado izquierdo, que es el lado donde se forman los hombres. “Las otras tres mujeres que tuve estaban del lado derecho, menos usted”, recuerda Miriam.
Fue un embarazo atípico. Después del nacimiento de su sexta hija, Miriam había retomado su vida normal de trabajo en la minería artesanal que implicaba extensas jornadas dentro de quebradas de agua muy fría, como ‘Angostura’ y ‘Juanamarcela’, de donde extraía oro y platino utilizando bateas que cargaba en la cabeza sobre rodetes o dentro de catangas en las que llevaba otras herramientas como cachos, almocafre y en ocasiones una barra para facilitar el desprendimiento de piedras o partir peñas cuando el terreno estaba muy duro. Algunas veces, cada uno o dos semanas, hacía largas travesías para ir al colino a cosechar plátanos, bananos, primitivos y ñame, que eran la base de la alimentación familiar.
No sabe a ciencia cierta cuánto llevaba de retraso cuando notó la ausencia de su menstruación, pero no lo asoció a un embarazo porque no tenía ninguno de los malestares habituales de las seis veces anteriores; no sentía pesadez, ni antojos de comer papaya, ni nauseas matutinas. Fue sólo avanzado el tiempo, un poco más de dos meses, cuando empezó a sentir un abultamiento en la parte baja de su vientre y confirmó que efectivamente estaba preñada. Lo único que cambió en ella durante esos meses fue el tamaño de su barriga y un aumento desmedido en sus ganas de bailar.
La noche que precedió al parto, ella y otras mujeres del caserío se arreglaron temprano y se fueron al baile de batería que había en el pueblo contiguo; se fueron caminando río abajo, remangando sus vestidos hasta casi las nalgas para atravesar los tramos más hondos. Al llegar a la última playa, se sacudieron el exceso de agua de las piernas y dejaron caer sus faldas. Ella llevaba un vestido color guayaba estampado con una combinación de florecitas ocre, blancas y verdes, y calzaba unas sandalias negras con una correa elástica que rodeaba el talón y que le proveían comodidad para el baile que siempre duraba toda la noche. Llegaron en su momento preferido, que los lugareños llaman ‘barrer el salón’, lo que significaba llegar a tiempo para bailar la primera pieza de la noche, que siempre era un pasillo. “Siempre comenzaban con tres pasillos”, recuerda Miriam, quien amaba este aire musical.
Un ligero dolor acompañado de cierta pesadez en la parte baja del vientre la obligaron a detener una pieza de baile que acababan de empezar a tocar los músicos y sentarse pensativa. Al verla, una de sus compañeras se acercó y abrió los ojos como luna llena al escucharla decir: “a este muchachito la dio por nacer ahora”. La mujer salió del salón a toda prisa y regresó con un joven boga que la ayudó a incorporarse y en una champa la regresó a casa.
Sorprendía la tranquilidad de Miriam, mientras las contracciones iban y veían cada vez con intervalos más cortos entre ellos. Dio las instrucciones para llamar a Victorina, la partera, y mientras la esperaba comenzó a caminar por toda la casa, como en un ritual, como quien conoce bien el paso a paso de lo que está a punto de suceder, como quien ya lo ha vivido muchas veces.
Por esos días habían menguado las usuales lluvias en esa zona selvática del Chocó, de modo los caminos estabas secos y fue fácil para la partera y otras dos mujeres llegar, siendo más de la media noche, a la casa palafítica con piso de tablas y techo de zinc, construida en la orilla del río Suruco.
Victorina ejercía con destreza el arte de ayudar a parir a las mujeres de la comarca; si la criatura venía al revés, introducía su mano dentro de la parturienta y volteaba al niño para facilitar la salida de cabeza; sabía cuáles eran las plantas que debía macerar y hervir para darle a la madre el brebaje inicial de su recuperación en la cuarentena posparto, que para Miriam no pasada de 12 días.
En una esquina del cuarto, sobre una mesita artesanal, había un mameluco azul claro, con manoplas y medias del mismo color, en un tejido de hilos a mano, regalo de una amiga cercana que sería la primera muda del bebé. Un diminuto conjunto blanco con florecitas rosadas, cuatro pañales de tela, una toalla infantil de esas que tienen capucha y un catre con rejillas al estilo de corral, construido con palma, desgastado por el tanto uso, hijo tras hijo.
El llanto de un recién nacido rompió el alba en las entrañas del Chocó. Miriam sintió alivio al ‘saberlo’ sano y mientras una de las presentes se aprestaba a traer el mameluco azul, escuchó la noticia de que había nacido mujer; se dio vuelta y buscó el conjunto blanco con florecitas para vestir a la niña.
Nació flaquita y llorona, justo cuando se asomaba el sol, a las 5:30 de la mañana de ese domingo 21 de junio, día del sol, día del solsticio de verano en el hemisferio norte. Fue por eso por lo que después, al momento del bautizo, los padres estuvieron tentados a bautizarla Dominga.
Mientras las otras mujeres ayudaban a Miriam a asearse y limpiaban y vestían a la criatura, la partera se llevó el ombligo y la placenta a enterrar en la parte trasera de la casa, en la raíz de un palo de guamas. Había cortado el cordón umbilical y lo había pringado con mercurio. Días después, empezaron las curaciones habituales, que en la tradición negra del pacífico incluye ingredientes que influyen en el carácter del niño. Para este caso, Miriam consiguió araña picadora, conga, cola de ardilla y cabello de mellizo, tostó todos los ingredientes y los pulverizó en una piedra de moler, para hacer las curaciones a su hija.
Muchos años después, Miriam se sorprendería al notar una conexión casi mística de su hija con el sol, la cual entendió cuando ésta se lo explicó con una afirmación sencilla: “es que yo nací el día del sol, nací a la misma hora que él; nacimos conectados”.
Miriam tuvo un octavo embarazo. Tres años después, cuando pensaba que no tendría más hijos, quedó embarazada de nuevo, esta vez en un parto difícil, la niña que nació muerta. Según su relato, durante el embarazo fue víctima de una hechicería, por lo que, al momento de parir, con cada pujo, la niña en vez de salir, se le trepaba parea la boca del estómago; cuando estaba a punto de morir ahogada con su hija adentro, la partera, esta vez Pérside, le dio un brebaje con el que logró salvarle la vida a ella, pero la criatura no sobrevivió. “Ese fue un sepelio triste”, recuerda y añade que fue la única ocasión en que se presentaron problemas para tener a sus hijos, todos nacidos con la asistencia de parteras: “Todos mis hijos los tuve con parteras. Nunca supe qué fue ecografía, ni que los médicos rajaban a uno para sacarle el hijo; las pocas mujeres que no podían parir se morían con el hijo adentro, como le pasó a una muchacha de Juanamarcela, que no le pudieron sacar al muchachito y se murieron los dos”.
Hoy, ni Miriam ni su hija habitan su territorio. A menudo extrañan todo lo vivido allí: sus paisanos, sus costumbres, las parteras, las tradiciones; aseguran que la historia sería distinta si allá no hubieran irrumpido los grupos armados, si no hubieran impuesto un nuevo orden social en su territorio, si no se hubieran apoderado de los negocios de la agricultura y la minería, si no hubieran arrasado con causes y riberas de los ríos, entre ellos el suelo donde enterraron el ombligo aquel domingo, donde nació aquella niña. No obstante, hoy Miriam para sus días con su hija, su hija menor, autora de este escrito, con el que le rinde homenaje a su progenitora, a propósito del Día de las madres.
La tradición del ombligamiento
En la tradición negra, las comadronas que atienden los partos entierran los ombligos y las placentas en un árbol que estuviera débil o que no quisiera parir y este se volvía fértil; era el árbol del recién nacido y se le ponía su nombre; se sembraba el ombligo para que el niño o niña creciera con buen juicio y estableciera su conexión con el territorio. Esta práctica ritual también implica las curaciones que se hacen a la herida que deja el cordón umbilical al ser cortado del recién nacido, para lo cual se hacen mezclas de plantas, animales y minerales que se pulverizan y se ponen en la herida y cuyas cualidades determinarán el carácter del pequeño.
La partería como patrimonio
En 2023, la Partería, los conocimientos, competencias y prácticas en torno a ella fueron inscritos en inscrito, por la Unesco, en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, afirmando que las matronas o parteras acompañan a las mujeres embarazadas y a sus familias antes, durante y después del parto. A lo largo del embarazo, las parteras realizan visitas domiciliarias, brindan consejos y cuidados, y ofrecen cursos de preparación para el parto. Contribuyen a la protección de los derechos humanos fundamentales transmitiendo sus conocimientos a las madres y a las familias. Basada en prácticas médicas y fundamentada en evidencia, conocimientos, habilidades y técnicas tradicionales, la partería puede variar según el entorno natural y sociocultural de las comunidades y países, e incluso puede incluir conocimientos en medicina tradicional y sobre plantas y hierbas medicinales.
La partería también comprende prácticas culturales, un vocabulario, celebraciones y rituales específicos. Los conocimientos y habilidades relacionados han sido preservados, enriquecidos y transmitidos por generaciones de practicantes, incluyendo a través de redes de mujeres. Los conocimientos tradicionales en partería se adquieren mediante la experiencia, la observación y la interacción directa con el cuerpo humano. Se transmiten mediante la enseñanza oral, la observación, la participación y el intercambio entre pares. En muchos países, el ejercicio de la profesión de partera también requiere certificación, y los conocimientos y habilidades correspondientes se transmiten en el marco de la educación formal, incluyendo la académica, a través de programas, a veces alineados con las normas establecidas por la Confederación Internacional de Parteras.
Día de la Partería Tradicional de Colombia
El pasado lunes 5 de mayo, las parterías tradicionales étnicas del pacífico colombiano fueron el centro de un acto histórico que tuvo lugar en Cali, Valle del Cauca, en el marco del Día de la Partería Tradicional de Colombia, donde presentaron oficialmente la iniciativa ‘Fortalecimiento y Reconocimiento de las Parterías Tradicionales Étnicas del Pacífico: Una Labor para la Vida y la Paz Total’, liderado por el Gobierno Nacional a través de la Agencia de Renovación del Territorio, ART, en alianza con el Fondo de Población de las Naciones Unidas, UNFPA, organizaciones y redes de parterías étnicas del pacífico y estructuras de gobierno propio en los territorios.
Allí estuvieron representantes de asociaciones de parteras y parteros tradicionales afrocolombianos e indígenas del pacífico y de la Federación Nacional de Parteras Tradicionales Afrodescendientes de Colombia, así como de delegados de los gobiernos étnicos de los Mecanismos Especiales de Consulta de las subregiones PDET del Pacífico, y de entidades gubernamentales nacionales, cooperación internacional y organismos multilaterales.
El sólo evento constituye un acto significativo de reconocimiento de la sabiduría y labor ancestral de parteras y parteros tradicionales, como actores esenciales para la vida, la salud y el cuidado en los territorios. La iniciativa de fortalecimiento se llevará a 29 municipios PDET de Chocó, Antioquia, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, con el propósito de fortalecer el rol vital de las parteras y parteros tradicionales en los territorios, reconociendo la diversidad étnica, su aporte a la salud intercultural rural, la cultura y cuidado del territorio, y la construcción de paz con enfoque diferencial.
Glosario
Viga: Trozo de madera larga y resistente que se usa para sostener los techos de las casas.
Batea: recipiente redondo de madera en el que se recoge la tierra o arena para lavarla y extraer oro y platino.
Catanga: Canasto tejido de palma al que atan una cargadera que se sujeta con la cabeza, mientras la catanga reposa sobre la espalda.
Cacho: herramienta de la minería artesanal utilizada en la extracción de oro y platino; es un pedazo de madera que se utiliza para recolectar gravilla en bateas.
Almocafre: Es más conocido como azadilla y se utilizada en agricultura para limpiar las hierbas y para plantar o trasplantar, pero también en la minería.
Colino: Se refiere a sembrado plátano, banano y primitivo, especialmente.
Baile de Batería: Baile de música en vivo interpretada con instrumentos de viento y percusión, con predominio de la Jota chocoana, el Abozao y el Bunde, que son ritmos tradicionales del Chocó.
Champa: es una embarcación de madera, como una canoa, sin motor, que se usa para el transporte en ríos.